sábado

El origen de la tragedia: Antes de que termine mi crónica sobre el final del 18/98 creo que es conveniente que traiga aquí algo que en mi opinión –y en la de bastantes otros- ayuda a explicar lo que ha sucedido en la política española en los últimos años. Se trata de un viejo artículo de periódico cuya influencia, que pronto se hizo notar, aún perdura. He añadido la réplica que ese artículo mereció porque ambos textos, hoy más que nunca, es bueno tenerlos presentes (...)

Os pongo en situación:

Primavera de 2001. Durante la campaña electoral previa a las elecciones al Parlamento Vasco el candidato del Partido Socialista de Euskadi, Nicolás Redondo Terreros, y el del Partido Popular, Jaime Mayor Oreja, han lanzado a la ciudadanía el mensaje de que si consiguen los escaños suficientes gobernaran juntos en la Comunidad Autónoma Vasca, desalojando del poder al Partido Nacionalista que lleva ocupándolo más de dos décadas. El momento culminante de esa campaña tiene lugar en el Kursaal de San Sebastián y consiste en un acto conjunto de los constitucionalistas en el que participan Redondo Terreros y Mayor Oreja junto al filósofo Fernando Savater y a otros intelectuales.

El 13 de mayo se celebran los comicios y por muy pocos votos los constitucionalistas no alcanzan su objetivo. Ha sido una derrota por la mínima, sin duda decepcionante para quienes deseaban un cambio en el País Vasco, pero ese primer intento de entendimiento entre el PP y el PSOE para hacer frente al problema del terrorismo y del nacionalismo podría marcar la senda para un futuro de colaboración entre ambos partidos.

Sin embargo, sólo cinco días después de esas elecciones, Juan Luis Cebrián publica en El País un artículo que sin duda inspiraría la política del futuro presidente del gobierno José Luis Rodríguez Zapatero.


"El discurso del método"
Por Juan Luis Cebrián

El País, 18 de mayo de 2001


Una de las muchas cosas admirables de la democracia -un hombre, un voto- es que sirve para demostrarnos, por un lado, que la política no es una ciencia, aunque se estudie como tal, y por el otro, que la propia democracia, el gobierno del pueblo, significa lo contrario a la aristocracia, es decir, el gobierno de los mejores, o de los que tal se creen, por cuna o inteligencia. El ejercicio reciente del voto en el País Vasco ha deshecho, así, algunos mitos y enfatizado no pocos errores. Un importante embeleco destruido por las urnas es la suposición de que profesores de sociología y columnistas de periódicos pueden emplearse, sin esfuerzo ni demora, como estrategas políticos, pues, además de analizar lo que acontece, serían capaces de predecirlo o de condicionarlo con sus juicios. Algunos los han expresado con tanta rotundidad, cuando anunciaban un cambio histórico en Euskadi de manos de la alternancia, y ha sido tan evidente la ofuscación con que confundieron deseos y realidades, que hoy prefieren no apearse del machito, afirmando que, antes o después, triunfarán sus tesis, pues sólo han errado en el tiempo. Actitud ésta que recuerda muy mucho aquella famosa frase de Alfonso Guerra, cuando determinó, a raíz de una derrota electoral del PSOE, que el pueblo español se había equivocado. Equivocado o no, el pueblo vasco ha puesto de relieve que, efectivamente, se ha producido un cambio profundo en la dialéctica política de Euskadi, pero de signo contrario al que pretendían los agitadores al servicio de Mayor Oreja, y ahora se abre una nueva etapa que demuestra el fracaso de la estrategia de la confrontación, desarrollada por Aznar y compañía.

Tantas veces he escrito y me he pronunciado contra los nacionalismos que nunca pude suponer me sentiría, en cierta medida, aliviado por un triunfo tan sonoro como el del PNV en las pasadas elecciones. Y esto, no porque concuerde con sus postulados, que no quiero ver progresar, sino porque, como tantos otros españoles, he contemplado con preocupación la batalla verbal -y no sólo verbal- que desde el nacionalismo español se había entablado contra el nacionalismo vasco, alimentando un espíritu casi de cruzada. Lo menos que puede decirse del resultado de las elecciones es que no es casual, sino fruto de una política, a todas luces errónea, diseñada e instrumentada directamente desde Moncloa y que contó no sólo con el beneplácito, sino con el aplauso ancilar del candidato socialista. Tan buen tino ha tenido éste que ha logrado perder para su partido un escaño, al tiempo que ha desdibujado su papel como eventual componedor del conflicto. Esa estrategia que hemos visto naufragar se inscribía en la configuración de un auténtico frente político que ha utilizado partidariamente a las víctimas del terrorismo -incluso a aquellas que, evidentemente, no endosaban para nada sus análisis- y en la satanización del PNV y sus principales dirigentes, a los que se ha llegado a acusar de cómplices de la escalada sangrienta de ETA. Muchos de los intelectuales, valiosos y honestos, arrastrados por la marea de esta campaña hacia las posiciones de Aznar, lo han hecho movidos por sólidas razones morales, preocupados por la discriminación que en la Universidad y otros sectores cívicos de Euskadi se produce contra los no nacionalistas, y por el clima de terror e inseguridad ciudadana creados por ETA y la kale borroka. La amenaza terrorista no se cierne sólo sobre ellos, sino sobre toda España, pero experimentan una sensación de desamparo y aislamiento social que no ha lugar en el resto de la Península. Sus sufrimientos demandan no únicamente solidaridad sino, más que nada, soluciones. Pero su razón moral no avala ni justifica su equivocación política, que comenzó por forzar, mediante todos los medios imaginables a su alcance, unas elecciones que los peneuvistas no querían. Aunque algunos busquen consuelo en el derrumbamiento de Euskal Herritarrok, el corolario de los votos ha sido bien opuesto al efecto buscado: más poder para los nacionalistas vascos, a los que prometían desalojar, y derrota de los partidos que, de manera abusiva, se habían presentado a los comicios como defensores exclusivos de la democracia, el Estatuto y la Constitución, para desgracia de muchos entusiastas de ésta que no concordaban con sus posiciones.

Semejante apropiación indebida de nuestra Carta Magna por parte del PP, que también ha querido adueñarse para él solo del espíritu de la Transición y hasta de la invención de la lengua castellana, nos habla muy mucho del verdadero talante de sus líderes. Acostumbrados al todo vale en la persecución del poder, no paran en barras, y terminaron por convertirse en el asombro de Occidente cuando declararon, con reiterada solemnidad, que PNV y ETA eran la misma cosa porque perseguían los mismos fines, cuando el más elemental manual de la democracia obliga a distinguir entre objetivos y medios. Según los arúspices de la segunda Transición, ensimismados en el recreamiento, a su modo, de las guerras entre carlistas y liberales, esa especie de alianza objetiva entre Arzalluz y los etarras respecto a las metas justificaba dejar fuera de la circulación democrática a los nacionalistas. Del dicho al hecho, el habitante de la Moncloa aplicó hasta el límite la política de acoso y derribo, que tan buenos resultados le diera con el PSOE, propiciando la expulsión del PNV de cualquier foro de diálogo, fueran la Internacional Democristiana o los despachos de sus líderes con el lehendakari, y practicando una especie de política de tierra quemada que ha dejado como un erial el campo que entre todos es preciso, ahora, cultivar. Sin embargo, es difícil admitir que la coincidencia en los fines de PNV y ETA -la independencia de Euskadi- permita por sí sola criminalizar al primero, entre otras cosas porque éste aboga por el separatismo desde prácticamente su fundación, hace más de cien años, y sus famosas dos almas -la autonomista y la soberanista- se resuelven en un solo impulso a la hora del voto. Pero, sobre todo, porque es en los métodos, y no en los fines, en lo que se distingue a un demócrata de otro que no lo es. Diferenciar entre métodos y fines pertenece al ideario básico de las democracias burguesas, por algo llamadas formales; cualquier olvido de tan simple regla esconde siempre una frustración autoritaria. Por lo demás, sería ridículo desconocer que las tendencias al separatismo de amplios sectores de la ciudadanía vasca constituyen un serio problema para toda la población, nacionalista o no, y es inadmisible sugerir que los españoles no vascos apenas tenemos nada que decir sobre eso. Pero hemos convivido con esta cuestión durante décadas, y es probable que lo sigamos haciendo antes de que la situación se decante por una solución no ambigua. Respecto al conflicto de fondo, probablemente lo mejor a que podemos aspirar unos y otros, en el corto plazo, es a ir tirando, clarificando, comprendiendo, conviviendo en medio de un panorama endiabladamente complejo, con lo que el famoso doble lenguaje peneuvista, del que a veces nos hemos quejado, quizá acabe convirtiéndose paradójicamente en una especie de bendición celestial. El fortalecimiento de las instituciones democráticas en Euskadi requiere flexibilidad en el diálogo, y rechaza cualquier numantinismo en los principios. Entretanto, el principal problema de la política española sigue siendo la delincuencia política de ETA y la destrucción del orden público por la kale borroka. Resolver ambas cosas compete, desde luego, al Gobierno de Vitoria pero también, y sobre todo, al de Madrid, por lo que parece urgente un cambio severo en la política antiterrorista inspirada por el PP, hábil en encabezar las lamentaciones de los que sufren y en divulgar culpas ajenas, pero menos en la prevención de los hechos y en la localización y detención de comandos. La instrumentación del caso GAL, y el de los fondos reservados, en su asalto al poder ha tenido indudables consecuencias en lo que se refiere al grado de eficacia de las diversas policías. Es urgente que los respectivos Gobiernos y los partidos políticos democráticos que los apoyan, entre los que todavía el PNV goza de mayor tradición y mejor pedigrí que los populares, lleguen a acuerdos concretos que permitan una más vigorosa actuación de jueces y fiscales, de las fuerzas de orden público y de los servicios de investigación. Al fin y al cabo, tras las elecciones del día 13, cualquiera sabe ya que la violencia política perjudica enormemente los sueños soberanistas del PNV, tanto como los benefició la tregua. El terrorismo es hoy una amenaza para todos los españoles sin distinción, al margen las ideologías de cada cual, y la primera asignatura de quienes nos gobiernan consiste en acabar con él. Para ello, es esencial recuperar la unidad entre los demócratas, cuya fractura en el pasado reciente constituyó un verdadero triunfo de ETA.

No es nada fácil la tarea que se avecina, ni la ha dejado cómoda el cúmulo de despropósitos, mentiras, acusaciones, insultos y arrogancias que, desde todo ámbito, se han vertido durante los días de la campaña. La ocasión merece un derroche de paciencia, de serenidad y de altura de miras, cualidades que no abundan hoy en la gobernación del Estado. De todas formas, Ibarretxe cuenta para emprenderla con un apoyo social impresionante, casi sin precedentes, en la Comunidad Autónoma vasca. Esperemos que administre su rotundo triunfo con mayor templanza que la mostrada por José María Aznar en sus iniciales reacciones después de la derrota. Pues, como dice Montaigne -en frase recordada, días pasados, por Carlos Fuentes- uno puede estar sentado todo lo alto que quiera o pueda imaginarse, pero nadie ha de sentarse nunca por encima de su propio culo.


Una semana más tarde el mismo periódico publica la réplica de Fernando Savater.



“Viva el perder”
Por Fernando Savater

El País 25 de mayo de 2001


No me refiero, claro está, al Alavés. Creo que hay otros subcampeones que también merecen elogio por el modo en que llegaron a serlo y, sin embargo, sólo han recibido pésames o reproches. De modo que vamos a hablar por fin de los resultados de las elecciones vascas del 13 de mayo.

Ahora nos dicen, incluso los que más callaron cuando hablar aún comportaba riesgo de equivocarse o comprometerse, que ya estábamos advertidos. ¿De qué nos advirtieron? De que la forma más segura de no perder es renunciar de antemano a ganar. 'Si no os hubierais hecho tantas ilusiones'... Claro, no cabe duda: el que se resigna a llegar segundo cuando sólo corren dos, nunca tiene sensación de haber quedado el último. El gran pecado de los partidos constitucionales fue creerse capaces de vencer; su intolerable arrogancia, su prepotencia, consistió en no aceptar por primera vez su papel de comparsas y segundones, intentar efectivamente ser también vascos optimo iure pese a no ser nacionalistas, constituir una alternativa válida a quienes llevan más de dos décadas gobernando un país aterrorizado y ensangrentado..., al menos al 50%. ¡Qué osadía! No pretendían cambiar de gobierno, sino cambiar de régimen. Pero al régimen nacionalista, convertido ya tras dos décadas de información y educación por él controladas en 'lo natural' para el País Vasco, radicalizado progresivamente durante su omnipotencia indiscutida e institucionalmente privilegiada, cimentado en un clientelazgo con pánico a la cesantía, no se le podía desplazar ni corregir tan fácilmente. Como mucho, podían dejar de convencer; que dejasen de vencer ya era otro cantar. Una esperanza excesiva. Como dice la milonga, 'muchas veces la esperanza / son ganas de descansar'. Quienes están ya cansados de luchar por lo obvio, por lo que es obvio para la ciudadanía en otro lugares, estaban -estábamos- demasiado esperanzados. Y no han sido el PSOE ni el PP los derrotados en los comicios vascos, sino la frágil esperanza.

Porque se equivocan o mienten los agoreros a toro pasado que hablan de enorme derrota de los partidos firmantes del pacto antiterrorista. ¿De dónde sacan semejante sandez? Con doscientos votos más en Vizcaya, los constitucionalistas hubieran superado en escaños a la coalición de PNV y EA. Tanto el PP como el PSOE lograron aumentar considerablemente su número de votantes respecto a las anteriores elecciones autonómicas y de nuevo se ha acortado la siempre mínima diferencia entre nacionalistas y no nacionalistas. Si nadie hubiera confiado en la posibilidad de un cambio de régimen, ahora podríamos estar celebrando lo obtenido el 13 de mayo a pesar de todos los pesares. ¿O es que ya nadie se acuerda del contexto en que se ha realizado la campaña electoral y la misma votación? ¿Acaso cree de veras alguien que es lo mismo poder ir libremente casa por casa -y funcionario por funcionario, como ha hecho el PNV- que arriesgarse a la pena de muerte por sólo requerir, acorazado entre fuerzas de seguridad, el voto de los amedrentados insumisos? ¿Qué les ocurrió cuando fueron a votar a los candidatos constitucionales, al presidente del Foro de Ermua o quizá a otros menos notorios? Pocos días antes de las elecciones, un catedrático de sociología experto en tales lides me comentó que si se hubieran aplicado a esos comicios los baremos de calidad democrática que los observadores de la ONU aplican en otras ocasiones, difícilmente éstas hubieran cubierto mínimos. Nos responderán: 'Y si eso ya lo sabíais de antemano, ¿por qué pedir elecciones anticipadas?'.

Respuesta: porque así no podemos seguir y no podíamos pedir otra cosa. ¿Acaso íbamos a pedir la guerra civil, como nos reprochaba el propio Ibarretxe?

A algunos escritores y profesores que nos comprometimos dentro de organizaciones cívicas en el apoyo a los partidos firmantes del pacto antiterrorista nos han llovido durante toda la campaña las peores descalificaciones desde el campo nacionalista; ahora, en el día después, se nos zurra también desde otras posiciones, digamos que más... resguardadas. Que hagamos moral, pase, porque es pasatiempo inocuo y edificante, pero ¿quién nos manda meternos en política? En este pintoresco país nuestro, o se lamenta el culpable y cómplice silencio político de los intelectuales o se denuncia a los intelectuales culpables y cómplices que no guardan silencio en política. No es fácil dar gusto a quien lo tiene estragado: si te callas es porque te han dado una sinecura, si hablas es para que te den una sinecura. Y, además, metes la pata, porque eso de la política es cosa demasiado seria para tarambanas como nosotros. De modo que lo mejor es dedicarse a empresario o banquero: así lo que se pierde en claridad de ideas se gana en nitidez de intereses. Seguro que después hacemos política con mayor acierto...

Por equivocados que estuviésemos, sin embargo, los ilusos de Basta Ya, logramos algunas cosillas. No olvidemos que hace menos de un año tuvimos que batallar lo indecible -¡y no sólo contra los nacionalistas!- para movilizar a la gente tras una pancarta que hablase de Estatuto y Constitución. Meses después, los dos partidos mayoritarios de nuestro Estado de derecho firmaron el pacto por las libertades y contra el terrorismo, que refrendaba el Estatuto y la Constitución como el punto de partida institucional contra la violencia. Y así se configuró la posibilidad de una alternativa política en el País Vasco, lo suficientemente creíble como para que ochenta mil votos de EH se pasaran al PNV-EA y le diesen la victoria electoral, debilitando seriamente al brazo político de ETA. ¿Fue un error criticar abiertamente al Gobierno nacionalista, denunciar con abundancia de pruebas sus tergiversaciones informativas y educativas, explicar que ETA no recluta a los jóvenes en la estratosfera, sino en una juventud maleada en el culto impune a la violencia fanática, señalar la insuficiente respuesta policial de la Ertzaintza de acuerdo con testimonios de miembros sindicales de esa policía autónoma, protestar por el secuestro del euskera para fines partidistas próximos a los violentos, documentar el clima totalitario de coacción reinante en muchísimas localidades y el desamparo de cargos públicos o ciudadanos desafectos al régimen nacionalista que sólo recibían de éste la condolencia tras el tiro en la nuca o el coche bomba, pero nunca la mínima comprensión antes? Pues bendita equivocación, porque gracias a ella ya ciertas cosas nunca podrán volver a ser vistas del mismo modo por ninguna persona honrada, incluyendo a los nacionalistas menos cerriles.

De todas formas, hay que reconocer que el nacionalismo tiene bastante suerte. Si se le hacen reproches, por fundados que estén, de inmediato forman parte de una 'cruzada antinacionalista'. Quien denuncia sus abusos no puede ser más que un nostálgico de Ramiro de Maeztu y Queipo de Llano, que cobra de fondos reservados por agitar a favor de Mayor Oreja. La izquierda, esa izquierda arterioesclerótica que ve la falta de sentido de Estado en el ojo ajeno pero no el sectarismo revanchista en el propio, denuncia enseguida el afán uniformador y el atentado contra la diversidad. Habría que recordarles a esos atontados que ciertas 'uniformidades' son logros del progresismo democrático -como la seguridad social o la educación general-, mientras que muchas 'diversidades' no hacen sino enmascarar el privilegio y la discriminación. No me extraña que los nacionalistas vascos, caiga quien caiga y cuantos caigan, sigan votando nacionalista porque nada pierden con ello y temen perder algo cambiando el paso. Es mejor seguir como hasta ahora: lo nuestro es nuestro y lo demás a medias. Mayor madurez no puede darse sin riesgo de putrefacción. Y ETA, que también es muy madura, ha entendido perfectamente el mensaje: hay que seguir arreando, porque los vascos nacionalistas están contra la violencia, pero mucho más contra los que pretenden deslegitimar del todo a los violentos y combatirles sin más contemplaciones que las propias de la legalidad. Tras la bomba a Gorka Landaburu y otro par de intentos fallidos vino ayer mismo el asesinato a tiros del director financiero de El Diario Vasco: ¡y decían que si Mayor Oreja ganaba las elecciones ETA se sentiría más legitimada para proseguir con la violencia! Ahora sí que se sienten llamados a matar a mansalva, porque ya vislumbran que se acerca la mesa definitiva, que no será la de Ajuria Enea, ni siquiera la de Lizarra, sino una mesa petitoria...

Sentirse animado o desanimado ahora es ya cuestión de carácter. Comprendo muy bien a los que, ante el olor y el color de lo que han sacado a flote estas elecciones, sienten la tentación de tirar de la cadena y marcharse dignamente. Pero yo prefiero acordarme de aquel ácrata, 'tipógrafo que fue de La Moderna' en el bello poema de Félix de Azúa, que gritó ante el pelotón de fusilamiento: '¡Viva el perder!'. Y permanezco junto a los que siguen jugando, aun sabiendo que hay tantas cartas marcadas. A los acomodaticios, a los resignados, a los amonestadores que todo lo adivinaron antes que nadie pero procuraron decirlo después, a quienes nos preguntan: '¿Habéis aprendido la lección? ¿Os arrepentís?...', les responderemos la palabra sagrada con la que empieza la libertad: '¡No! Claro que no'.


Y ya puestos a recordar, ahora que el ministro de justicia dice que ellos durante la dictadura lucharon contra los padres y ahora luchan ahora contra los hijos, ahora que el presidente de Prisa afirma que la derecha organiza manifestaciones que son “franquismo puro y duro” y que su diario ha sido "enemigo de todos los poderes económicos", ahora conviene releer algunas biografías:

(Son extractos de la Wikipedia y no he alterado ni un punto, ni una coma, ni una errata)


Juan Luis Cebrián (Madrid, 1944) es un periodista y escritor español. Académico de número de la Real Academia Española desde 1997. Fue el primer director del diario español El País, cargo que abandonó para ocupar el de consejero delegado de su grupo editor. Su padre, Vicente Cebrián, fue director del diario Arriba, organo de comunicación de la Falange.

En 1963, se graduó en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid y participó en la fundación de la revista Cuadernos para el Diálogo. Con 19 años entró a trabajar como redactor jefe en Pueblo, el diario vespertino del Movimiento, que dirigía Emilio Romero. Tras ocupar el cargo de subdirector en Pueblo, pasó a Informaciones, dirigido por Jesús de la Serna. Fue jefe de los servicios informativos de RTVE en los últimos tiempos de la dictadura de Franco.

En 1976 fue designado director de El País, cargo que ocupó hasta noviembre de 1988. En ese periodo, El País se convirtió en el diario más vendido de España. Desde que abandonó la dirección del periódico, es consejero delegado del Grupo Prisa. Tambien es vicepresidente de la Sociedad Española de Radiodifusión, Cadena SER, y vicepresidente de Sogecable.


Jesús de Polanco Huérfano desde niño, se costeó los estudios vendiendo libros a domicilio. Militó en el Frente de Juventudes organización de adscripción voluntaria de la dictadura franquista, donde permaneció hasta pasados los treinta años, según cuenta en sus memorias el abogado de Banesto Rafael Pérez Escolar.

Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense en 1953, comenzó su trayectoria profesional en tareas editoriales y de comercialización de libros. En 1958 fundó la Editorial Santillana.

Con la reforma educativa del ministro Villar Palasí, concretada en la Ley General de Educación de 1970, Santillana fue la única editorial que tuvo listos con arreglo a la nueva ley los libros de textos el curso escolar 1970/1971 con gran éxito.

Crea en 1972 el grupo Timón y un año después se incorpora al grupo fundador del diario "El País" desde donde llegará a ejercer de Consejero Delegado y Presidente. En 1976 se empieza a publicar "El País" que durante los primeros años, se convierte en el periódico más importante de ideología socialdemócrata, frente al periódico conservador ABC antes líder y a pesar de periódicos con una ideología más definida como Diario 16. Unos años después, en 1979 inicia la Fundación Santillana, para la promoción y estudio de nuevas técnicas educativas y de comunicación, así como la protección y difusión de la cultura.

En 1984 crea la sociedad (o holding) Promotora de Informaciones Sociedad Anónima (PRISA). En 1985 constituye la Sociedad Española de Radiodifusión (SER), dentro del grupo Unión Radio, que preside desde 1993. Tras ello, continuó expandiendo sus negocios editoriales y multimedia a Hispanoamérica o Europa.

Es miembro de la Academia Europea de las Artes y de las Ciencias y del Patronato de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción. También co-preside el Patronato de la Fundación Escuela de Periodismo.

Ha estado casado en dos ocasiones. Isabel Moreno Puncel fue su primera mujer y madre de sus cuatro hijos, de la que separó en 1989 después de 32 años de matrimonio. En el 2003 ponía fin a 19 años de convivencia y 11 de relación matrimonial con Mariluz Barreiros. Polanco y Mariluz Barreiros se habían casado el 31 de marzo de 1992.


Fernando Savater Novelista, traductor y autor dramático, destaca en el campo del ensayo y el artículo periodístico. Hijo de un notario de San Sebastián, fue desde niño un voraz lector, sobre todo de literatura popular e historietas, gusto que nunca perdió y al que dedicó frecuentemente ensayos. Sintió también afición por el teatro y estuvo en algunos grupos de aficionados. Estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, adonde su familia se trasladó desde San Sebastián; en ese periodo empezaron a fallecer sus parientes cercanos. Trabajó como profesor ayudante en la facultad de Ciencias Políticas y en la facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid, de donde fue apartado de la docencia en 1971 por razones políticas, y también fue profesor de ética y sociología de la UNED. Fue catedrático de Ética en la Universidad del País Vasco durante más de una década. Actualmente es catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Colaborador habitual del periódico El País desde sus fundación, es codirector junto a Javier Pradera de la revista Claves para la Razón Práctica.

Ha formado parte de varias agrupaciones comprometidas con la paz y en contra del terrorismo en el País Vasco, como el Movimiento por la Paz y la no violencia, Gesto por la Paz, el Foro de Ermua, y actualmente de ¡Basta Ya!, asociación que recibió del Parlamento Europeo el Premio Sajarov a la defensa de los derechos humanos.

Su obra, compuesta por más de 45 libros e innumerables artículos periodísticos, ha sido traducida al inglés, francés, sueco, italiano, portugués, alemán, japonés y danés. Obtuvo el premio nacional de ensayo en 1982, el X premio Anagrama de ensayo, el premio de ensayo "Mundo" y fue finalista del premio Planeta con su novela epistolar El jardín de las dudas, sobre uno de sus autores preferidos, Voltaire. De pensamiento en sus primeros principios afín al de Friedrich Nietzsche (Panfleto contra el todo), se le debe por otra parte la traducción y divulgación en el mundo hispánico de la obra de uno de los pensadores más notables del nihilismo contemporáneo, Émile Michel Cioran.


Leer más
hit counter