lunes

La hora de la verdad (y II)

Madrid 16 de abril de 2007

(Continuación)


Pasemos ahora a hablar de lo que fueron las intervenciónes de las defensas en esta última fase del 18/98. Su escrito de conclusiones definitivas -de más de trescientas páginas- fue leído el 14 de febrero y el informe sobre las mismas lo realizaron los días 5, 6, 7, 8, 9, 12, 13 y 14 de marzo. Todos y cada uno de los abogados que han tomado parte en el juicio intervinieron en algún momento de esta fase final -de hecho la mayoría lo hicieron en varios momentos- y para que conste en acta aquí va la alineación de ese equipo de nueve defensas: José María Elosua, Jone Goirizelaia, Aitor Ibero, Iñigo Iruin, Kepa Landa, Álvaro Reizabal, Zigor Reizabal, Carlos Trenor y Arantza Zulueta. (les nombro en orden alfabético y respetando como siempre la grafía que creo que ellos utilizan, pero si aún así cometo algún error ortográfico espero que eso sí me lo perdonen). Por su parte José Ramón Anchía, que se defiende a sí mismo con ayuda de otro abogado cuyo nombre desconozco, actuó como ha sido habitual por libre (...)


Desgraciadamente en este caso no puedo proporcionaros el escrito de las conclusiones definitivas de la defensa porque no lo tengo, y eso que lo he buscado. El del fiscal lo saqué de una página web, pero ni en esa ni en otras páginas en las que he mirado he encontrado el de la defensa, aunque si entre mis lectores hay algún abogado abertzale o cualquier otra persona que lo tenga y quiere enviármelo -mi dirección como siempre está en el perfil- estaré encantado de recibirlo y lo incluiré a modo de apéndice. De todas formas lo más interesante no estaba en el escrito de conclusiones, sino en el informe, y para resumir mejor todo lo que en la sala se dijo voy a mezclar una cosa con otra y a prescindir completamente del orden cronológico de las diferentes intervenciones.

Como es natural una parte importante del esfuerzo de los abogados se dedicó no ha construir una versión de los hechos alternativa a la del fiscal, sino simplemente a cuestionar las bases en las que éste se había apoyado para establecer su relato. Todo lo que él había traído a la vista oral – documentos intervenidos, grabaciones telefónicas, declaraciones de los acusados, opiniones de los peritos, etc- fue sucesivamente objetado e impugnado hasta que al final llegaron a la conclusión de que ni una sola de las pruebas que se habían presentado tenía validez ante un tribunal.

El testimonio de los peritos, tanto los de la Guardia Civil como los de la Policía Nacional, fue rechazado en bloque por razones fundamentalmente técnicas ya que según dijeron –ya lo habían dicho en su momento- no tenían que haber sido nunca admitidos como peritos, sino como testigos en todo caso. Las declaraciones policiales de los acusados –las incriminatorias, claro, las otras no- tenían también que ser forzosamente rechazadas ya que habían sido obtenidas mediante tortura como todo el mundo sabe (esto último no es una ironía, es lo que ellos decían), y las declaraciones judiciales –esas que se realizan delante de un juez, abogados, etc- tampoco eran validas porque los acusados al realizarlas aún estaban confusos después de tanta tortura (sigue sin ser una ironía). Las grabaciones telefónicas no valían porque por una causa o por otra –fecha de las autorizaciones, titular del teléfono intervenido, etc.- todas eran ilegales. Los documentos informáticos tampoco podían ser tenidos en cuenta porque no habían sido volcados con las debidas garantías o por causas parecidas, los documentos que estaban en papel porque eran fotocopias, o porque no eran suficientemente legibles, o porque no constaban específicamente en los listados que se hacen al efectuar un registro, o por lo que sea. Las traducciones de documentos que en original constaban en euskera también fueron impugnadas en su totalidad por su mala calidad. Así que como digo todo, absolutamente todo lo que de una manera u otra podía incriminar a los acusados, carecía de cualquier validez legal en opinión de sus abogados.

Esto, creo yo, es algo bastante normal en cualquier juicio. Lógicamente la defensa no va a decir que una prueba que la acusación ha presentado es valida, sino que prácticamente está obligada a decir –con fundamento o sin él- que ninguna lo es. Es lógico, pero en este y en otros casos eso lleva a situaciones bastante ridículas. Por ejemplo aquí Jone Goirizelaia llegó a decir que el hecho de que un acusado llevara bajo el brazo un ordenador personal no quería decir que fuera suyo. No dio más explicaciones y lo dejo así, supongo que para que el tribunal llegara a la conclusión de que igual que hay gente a la que le introducen un paquete de coca en la maleta, a este señor le habían metido un portátil bajo el brazo. Otro ejemplo bastante claro de ese absurdo fue cuando Elosua habló de las traducciones y dijo que aunque ellos habían renunciado a una prueba pericial para cuestionarlas, el fiscal debería haber propuesto su propia pericial para demostrar que esas impugnaciones no estaban justificadas. O sea, que aunque yo no me moleste en intentar demostrar que una cosa está mal, tú sí tienes que molestarte en responder a esa argumentación que yo no he hecho (y que conste que no estoy diciendo que las traducciones estén bien o mal, sino que el argumento para desestimarlas es ridículo).

Pero la verdad es que muchísimas de las razones que se esgrimían para impugnar las pruebas eran más cuestiones técnicas que otra cosa, y no tengo ni la información sobre el sumario ni la formación jurídica para saber qué validez tenían esas alegaciones. Por ejemplo, si los abogados dicen que tal documento intervenido a ETA en Francia no puede ser admitido como prueba porque las diligencias que se realizaron para traerlo a España solo constan en el sumario en francés cuando al parecer deberían haber sido traducidas al español, yo ni sé si eso es cierto ni si de serlo invalidaría el documento como prueba. Ahora bien, el sentido común me dice que seguro que en este y en cualquier otro juicio hay montones de “imperfecciones formales”, aunque el mismo sentido común también me dice que si fuéramos demasiado “formalistas” ni este ni ningún otro juicio (ni ninguna obra humana en realidad) saldría adelante. Eso sí, lo que nunca nadie debería repetir más es esa estupidez de que este ha sido un juicio sin pruebas documentales. Acepto que por razones técnicas se cuestione la validez de esas pruebas, pero en este juicio ha habido una “prueba documental ingente” (Elosua dixit)

Mención aparte merece esa impugnación de las declaraciones inculpatorias de los detenidos por haber sido obtenidas, según afirmaban los abogados, mediante torturas. Digo yo que eso, como todo lo que se dice ante un tribunal, habrá que probarlo, y que los miembros de la Guardia Civil y de la Policía Nacional también gozan como cualquier ciudadano de la presunción de inocencia. Pero parece que hay quien no necesita pruebas ya que, según explicó alguno de los abogados, para saber que esas denuncias son ciertas basta con haber escuchado durante el juicio el “estremecedor” testimonio de alguno de los supuestos torturados y con haber visto cómo éste fue recibido por la sala con un “silencio sobrecogedor”.

Esta afirmación, al menos en lo que se refiere a los testimonios sobre torturas que yo he escuchado en el juicio -que no son todos los que se han producido- es simple y llanamente mentira. Ya conté cómo fue la larguísima declaración de Xabier Alegría sobre su supuesto calvario, y ni fue estremecedora, ni muchísimo menos fue recibida en silencio sobrecogedor por nadie, sino con total indiferencia por todos y muy especialmente por parte del resto de los encausados que le ningunearon de todas las formas posibles. Y por cierto que en esta última fase del juicio volvió a suceder lo mismo: si cuando se estaba hablando de alguno de los acusados en concreto era normal que otros le miraran, le sonrieran, le hicieran alguna broma y cosas así, cuando se habló de la declaración de Alegria y de sus terribles torturas no le miró ni el tato, y todos –él incluido- se refugiaron en el periódico o en lo que tuvieran a mano fingiendo que no prestaban ninguna atención a lo que se estaba contando. La verdad es que entre una cosa y otra me sobran razones para no querer estar en la piel de Xabier Alegria.

Insistiendo en esas valoraciones acerca de la veracidad de los testimonios sobre torturas –valoraciones subjetivas tanto por parte de los abogados como por la mía, pero creo que por mi parte un poquito más honestas- voy a contar algo que en su día no mencioné. Hace ya unos cuantos meses, cuando se estaba en la fase de prueba testifical, uno de los testigos propuestos por la defensa narró un caso de malos tratos –llamarlo torturas me parecería excesivo- que sí me pareció verosímil. Lo que contó este señor –el sí con voz entrecortada y casi llorosa- fue que cuando tiempo atrás acudió a unas dependencias policiales a las que había sido llamado por otro asunto, un agente nada más verle le dio una bofetada. El relato de este hecho humillante – humillante y condenable, como humillante, condenable y bastante más doloroso es que a uno le den una patada en la entrepierna, por cierto- fue recibido por la sala en un silencio si queréis sobrecogedor, y ya digo que a mí mismo me pareció que ese hombre contaba la verdad. Ahora bien, si la historia de un único bofetón recibido hace nada menos que veintitantos años resultaba tan vibrante en quien la contaba y tan merecedora de respeto y atención por quienes la escuchaban, ¿cómo era posible que el relato de días enteros de horribles torturas sufridas solo tres años atrás hubiera sido desgranado por su supuesta víctima como si recitara la lista de los Reyes Godos, y despreciado por sus compañeros que ni levantaban la cabeza del periódico? Blanco y en botella.

Volviendo al presente, durante el informe de la defensa, a falta de mejores argumentos para probar la existencia de torturas Jone Goirizelaia llegó a decir que lo que tenía que hacer el tribunal para “evitar habladurías” era hacer caso a los abogados y desestimar por si acaso todas las declaraciones sospechosas de haber sido obtenidas mediante tormentos. Es un argumento de una lógica aplastante: para evitar que se diga que tal vez haya torturas, lo mejor es aceptar que las hay y a otra cosa. Es como ese chiste en el que unas mujeres vestidas para matar deambulan por el vestíbulo de un hotel hasta que un encargado de seguridad se les acerca y les dice que en ese establecimiento no se permite la presencia de personas de reputación dudosa, a lo que ellas le responden que de dudosa nada, que ellas son putas. De todas formas el fuerte de Jone Goirizelaia no son los razonamientos, sino las injurias y las amenazas, porque así entiendo yo lo que dijo a continuación de que el fiscal con su actitud era responsable de la perpetuación de las torturas y que “las acusaciones utilizan a los forenses para encubrir sus responsabilidades y tapar lo que está pasando”. Por sí no había quedado claro de qué estaba hablando, en un momento posterior le dijo al tribunal que si aceptaban las declaraciones de Mikel Egibar -en las que éste también delató a unos cuantos de sus compañeros- los magistrados estarían “dando cobertura a las torturas”. Esta vez la presidenta le llamó al orden, aunque con muchísima más suavidad de la que se merecía este siniestro personaje.

Pero bueno, aparte de impugnar absolutamente todo lo que la acusación había puesto sobre la mesa, las defensas también dedicaron algunos esfuerzos a proponer una versión alternativa de los hechos. Es decir y volviendo al símil, que además de criticar el puzzle de la acusación los letrados abertzales también intentaron montar el suyo, ya sabéis, el del payaso tocando el saxofón. Cuando propuse precisamente esa imagen del payaso lo hice pensando que de alguna manera reflejaba la inanidad de la pintura que las defensas querían presentarnos, toda ella almibarada y llena de colorines. Ahora veréis que además en el puzzle que les ha salido lo que se ve es algo así como una versión cubista del dichoso payaso, ya que está al mismo tiempo de frente y de perfil, tiene simultáneamente los ojos abiertos y cerrados, se le cuentan tres brazos en lugar de dos, y esas cosas del cubismo. Es como si esa imagen de tarjeta de felicitación infantil hubiera sido reinterpretada por un pintor dominguero que pretendiera ser moderno como se era en las primeras décadas del siglo pasado. Me diréis que solo imaginar una pintura así da grima, lo sé y lo siento, pero es por ser gráfico (por otra parte algo así podría estar perfectamente expuesto en ARCO y nadie se quejaría).

Creo que el mejor resumen de las líneas maestras de esa pintura lo proporcionó Arantza Zulueta con la siguiente frase: “ETA tiene su propio aparato político, mediático e internacional, no necesita organizaciones en la legalidad... no hay que buscar otras explicaciones”. Tiene toda la razón, pensar que Batasuna por ejemplo es (o era) una organización en la legalidad de ETA es un disparate que no se le ocurre a nadie más que a algunos jueces, fiscales, policías, periodistas, políticos y a unos cuantos millones de ciudadanos con ganas de buscarle tres pies al gato. Y por eso mismo es absurdo pensar que ETA mantiene comisarios políticos en algunas de sus organizaciones legales, como lo eran esos personajes conocidos por los seudónimos de “Hontza”, “Garikoitz” y “Eneko” que aparecen en la documentación solo supuestamente incautada a la banda terrorista y que además ha sido irregularmente aportada a este sumario. Sin duda esos deben ser personajes de ficción creados por la Guardia Civil o alguien así.

Lo raro es que simultáneamente a esta tesis las defensas mantengan la contraria y acepten que en realidad "Hontza" sí que existe aunque no es José Luis Elkoro (según dijo Iruin), "Garikoitz" también existe aunque no es Xabier Alegria (lo afirmó Zulueta) y "Eneko" también parece bastante real aunque por supuesto no es José María Olarra (otra vez Iruin). En el caso de "Garikoitz" la señora Zulueta llegó incluso a proponer un candidato alternativo para encarnar al personaje en sustitución de Alegria: el “periodista” Andoni Murga, que supongo que para ella cuenta con la innegable ventaja de que ya fue condenado a 39 años por integración en banda armada entre otros delitos. (Por cierto que algo parecido ocurre en el pieza de Orain/Egin, en la que los abogados descargan todas las posibles responsabilidades en Ramón Uranga –excluido del proceso por enfermedad- y en Manuel Aramburu –fallecido-). El caso es que sea cual sea la identidad real de estos personajes, parece que los propios abogados abertzales a veces sí reconocen que existen tales “comisarios políticos”, “enlaces” o como queramos llamarles.

Bien mirado, yo diría que por cada tesis que defiende un abogado batasuno existe una tesis contraria que defiende otro abogado, o a veces incluso el mismo (cosas de la dialéctica marxista):

Se nos dice por ejemplo que en este proceso se ha “disparado a bulto”, se ha inculpado a gente simplemente por trabajar en una determinada empresa u organización, y al mismo tiempo se acusa a la fiscalía de incoherente por no imputar a todos los creadores de la empresa Untzorri Bidaiak, o a todos los miembros de la Fundación Zumalabe, por ejemplo.

Se asegura que en el caso de Egin se han perseguido delitos de opinión, se ha criminalizado una determinada línea editorial, y a la vez se le reprocha al fiscal que no incluya ni un artículo de opinión de dicho periódico en sus escritos de acusación.

Se dice que entre los acusados hay gente que son simples trabajadores de una empresa dedicada al bacalao, o de una agencia de viajes, pero se sostiene que a los imputados se les persigue por su trabajo a favor del dialogo y las soluciones, y que son un ejemplo para el pueblo vasco... ¿por vender bacalao?

Se señala a los gobiernos del PP como los instigadores de este proceso político, pero a la vez se dice que esta causa realmente se inició con las diligencias 75/89, que ¿de qué año son? ¿quién gobernaba entonces?

Por un lado se rechaza que el tribunal pueda tener en consideración prueba o documento alguno que no haya sido debidamente incorporado al proceso, reclamación que se apoya con la conocida máxima “lo que no está en el sumario no está en el mundo”, pero por otro se insiste en que la sala a la hora de dictar sentencia debe tener en cuenta las actuales circunstancias políticas que, es de suponer, sí constan en algún tomo del sumario.

Si Goirizelaia asegura que este es un juicio creado ex profeso para eliminar a determinados personajes molestos, Iruin se indigna porque hay una anónima peluquera encausada.

Si Landa se asombra de que una de sus defendidas haya sido acusada sin tener la más mínima relación con ETA ni con su entorno, luego el propio Landa nos explica que la Guardia Civil la odiaba porque ella había mantenido relaciones con Geresta, un conocido asesino de ETA, compinche de Txapote para más señas.

Si todos los abogados dicen que se torturó a personas que no sabían nada hasta que sus interrogadores conseguían que confesaran cualquier cosa, luego llega Iruin y explica que la mejor prueba de que la citada peluquera es inocente es que prácticamente dejaron de interrogarla cuando se dieron cuenta de que no tenía ni idea de qué le estaban hablando.

Por cierto, y perdonad que vuelva con lo de las torturas, pero hablando de incoherencias en las argumentaciones de la defensa habría mucho que decir sobre este punto. Si las confesiones de los torturados “responden a un guión de la Guardia Civil” como dicen los abogados, hay un par de cosas que no cuadran. Según creo entender, al finalizar el periodo de incomunicación en el que supuestamente se maltrata a los detenidos, lo único que tienen los agentes es una declaración firmada del reo (cuando la tienen, porque a veces el reo simplemente se niega a declarar). Y si esta declaración ya está previamente escrita ¿por qué les torturan durante días para que vayan recitándola? ¿No sería más rápido torturarles una sola vez para que la firmaran? ¿Y porque en vez de incluir en esas falsas confesiones nombres de personas prácticamente desconocidas, no se fabrican en ellas imputaciones contra personajes realmente molestos? Quiero decir que si por ejemplo alguien pretendiera neutralizar al Barça con acusaciones falsas de dopaje, seguro que no las dirigía hacia el tercer portero suplente y el utillero, no sé si me explico.

Pero de todos los argumentos que expuso la defensa hubo uno que, más que chocar con sus propias contradicciones, nos enfrentaba a nosotros con las nuestras. Según afirmaron varios de los abogados, ahora no podía pretenderse penalizar determinadas actividades cuando durante muchísimo tiempo esas mismas actividades se habían desarrollado públicamente sin el menor problema legal. Refiriéndose a esos tiempos Iruin se preguntó retóricamente: “¿Dónde estaban los fiscales aquellos años, dónde la policía?” La respuesta que él mismo se daba es que esas actividades siempre fueron legales y legítimas, pero que en determinado momento y por intereses políticos se decidió criminalizarlas sin ningún fundamento. O sea, justo lo contrario de lo que yo creo que es la verdad: que siempre fueron ilegales e ilegítimas, que eso se sabía o se sospechaba, pero que precisamente por intereses políticos (por equivocadas consideraciones estratégicas si lo preferís) no se perseguían judicialmente. El argumento es en mi opinión completamente falaz por tanto, pero tal vez tenga su importancia jurídica y eso debería hacernos reflexionar sobre lo que está ocurriendo ahora mismo. Como se ve la permisividad con esta gente no solo no sirvió de nada en su momento ni servirá ahora, sino que sus consecuencias legales son imprevisibles y de muy larga duración. Huelga decir que las recientes y novedosas decisiones del ministerio fiscal sobre el caso Egunkaria y similares fueron reiteradamente citadas por los abogados abertzales como ejemplo del modelo de justicia que ellos proponen.

Otra cosa digna de mención en las intervenciones de los abogados fue su peculiar uso del lenguaje en su intento de que las cosas parecieran lo que no son. Goirizelaia por ejemplo se refirió en una ocasión a los apoderados que Gadusmar/Utzorri Bidaiak tenía en Cuba como “personas de origen vasco”, y en su opinión ésta había sido razón suficiente para que resultaran sospechosos a ojos del fiscal. Más adelante sin embargo no pudo evitar mencionar el hecho de que esas personas eran militantes de ETA refugiados en la isla. ¿Son “persona de origen vasco” y “terrorista prófugo” términos sinónimos?. En esa misma línea, hablando del “talde de Bruselas” o “herri embajada”, otra vez Goirizelaia reconoció que sí, que en efecto allí se había alojado a miembros de ETA, como se hubiera alojado a “cualquier ciudadano vasco”. Como ejemplo de cualquier ciudadano vasco, aparte de a los terroristas, cito al “nada sospechoso” Rafa Larreina, de EA. Claro, los de EA son ciudadanos vascos (y nada sospechosos de colaborar con ETA, como tampoco de combatirla) y se les pueda alojar. Posiblemente a los del PNV también, quizás hasta a los de IU. ¿Pero alojarían también a Rosa Díez, por ejemplo, que para mucho por Bruselas? Va a ser que ella no entra en la categoría de “ciudadana vasca”.

Y hablando del uso del lenguaje no puedo menos que referir algo que fue meramente anecdótico, pero que tuvo su gracia. Estaba en uso de la palabra Kepa Landa y justo después de ironizar sobre la costumbre del fiscal de recurrir al diccionario de la RAE para aclarar algunos conceptos, va Landa y se refiere a los expertos en ETA como “etólogos”. Señor Landa, si lee esto hágase un favor y siga la costumbre del fiscal de consultar en el diccionario lo que significan las palabras.

A pesar de todo es de justicia reconocer que en el equipo de los abogados abertzales, aunque en mi opinión hay algún zoquete y mucha mediocridad disfrazada de arrogancia y agresividad, hay también un jugador que destaca muy por encima de los demás y que incluso llega a protagonizar algunas intervenciones francamente brillantes. Desde luego estoy hablando de Iñigo Iruin, un personaje que en sí mismo es el paradigma del “aprovechamiento revolucionario de la legalidad burguesa”. Supongo que la experiencia, el estudio, y la inteligencia natural de este hombre tienen mucho que ver en que esto sea así, pero a mi juicio lo que le hace realmente diferente del resto no es eso, sino su capacidad para interiorizar no sólo la letra sino el espíritu de la legalidad vigente y de actuar como si realmente acatara e incluso defendiera la ley y el estado de derecho. Es como uno de esos actores que consiguen encontrar la lógica del personaje que interpretan y que, aunque nunca olvidan que están fingiendo y que el papel que representan no tiene nada que ver con quienes son en realidad, sí pueden responder ante cualquier situación como lo haría el personaje que encarnan. Sus compañeros, en el fondo y sobre todo en la forma de las intervenciones que protagonizan, siempre se delatan como acérrimos abertzales que desprecian la ley y a quienes la representan. De hecho a veces no es que se delaten sin querer, sino que proclaman ese desprecio, pero cuando tratan de disimularlo e intentan el papel de paladines del derecho, el resultado es algo así como ver a Sylvester Stallone interpretando a Ofelia. En cambio Iruin, a veces, sí consigue construir ese personaje de manera eficaz y verosímil, al menos mientras dura la escena.

Concretamente hubo durante las conclusiones una intervención suya –más bien teórica, eso sí- acerca de la legislación sobre el delito de colaboración con banda armada, en la que su interpretación de defensor de la ley estuvo tan conseguida que parecía imposible que ese mismo abogado, tan preocupadísimo él por la justicia y los derechos humanos, no solo no representara jamás a ninguna víctima del terrorismo, sino que sistemáticamente defendiera a los asesinos. Su público –los acusados y los demás abogados- le escuchaban arrobados y con una sonrisilla de medio lado burlona y triunfadora, como quien acaricia el éxito de su equipo mientras contempla a un Maradona de la ley a punto de meter un gol en la portería rival, quién sabe y a quién le importa si con la cabeza o con la mano.

Desde luego no siempre consiguió ese efecto, y de hecho muchas veces ni siquiera lo intentó ya que con frecuencia era materialmente imposible aparentar que se estaba defendiendo la ley cuando lo que se estaba haciendo era dar cobertura al crimen. En esas ocasiones Iruin hacía un discurso similar al de sus compañeros y entonces los acusados le hacían el mismo caso que solían hacerle a ellos, es decir, prácticamente ninguno. Así, sus momentos de brillo quedaban empañados por esos otros en los que se veía obligado a contradecirse a sí mismo para defender lo indefendible, y sus discursos legalistas se revelaban entonces como puras estratagemas que adoptaba simplemente por conveniencia.

A pesar de ello, y esto lo digo más como cineasta que otra cosa, hay que reconocer que Iruin como villano da la talla de un buen personaje. Y sin duda si militara en nuestro bando ETA le tendría en un lugar destacado de su lista de objetivos a batir... Bueno, esto que acabo de decir es una tontería porque es seguro que ETA le habría asesinado ya hace años, como ha asesinado a tantas personas que con valor y talento se le han enfrentado. Pero qué se le va a hacer, aquí no todos luchamos con las mismas armas, afortunadamente. Yo ahora, después de ver a actuar a Iñigo Iruin durante año y medio en este juicio y en algunos otros, no tengo la menor duda de que él es algo así como el Tom Hagen de la mafia etarra... eso si no es el auténtico padrino, cosa que no me extrañaría nada en absoluto.

Volviendo a las cuestiones generales y no dejándonos confundir por los fuegos de artificio, creo sinceramente que esa versión de la verdad que nos presentaron los abogados de la defensa era en su conjunto no sólo inverosímil, sino absolutamente incoherente. Pero no nos engañemos, esa imagen del payaso cubista antes mencionado no se la creen ni ellos y no la exhiben más que por imperativo legal, porque realmente su bandera, esa en la que creen y les mantiene fuertes y unidos es otra y al final, de manera indirecta, la mostraron.

Para ser sinceros, ya antes de que terminara el juicio tenía pensado terminar mis crónicas hablando de Jokin Gorostidi, pero entonces no sabía que en el último momento cincuenta de los acusados liderados por su jefe natural me lo iban a poner tan a huevo, cosa que les agradezco. Resulta que cuando llegó el momento de cerrar las intervenciones de la defensas el encargado de hacerlo –Iruin, no podía ser de otro modo- puso un emotivo broche final recordando a Jokin Gorostodi, un encausado que había muerto durante el proceso por causas naturales. Después de hacer un breve elogio de su trayectoria vital y de su compromiso con los oprimidos de todo el planeta (se refería a las "personas de origen vasco" que viven fuera de su tierra, ya me entendéis), Iruin afirmó que ya que Gorostidi no podía hacer uso de su derecho a la última palabra, él iba a leer un texto que el finado había escrito poco antes de morir y que bien podrían tomarse como lo que habría dicho ante el tribunal si aún estuviera con vida. Esto es lo que Gorostidi dejó dicho:

“Tanto ayer, en el proceso de Burgos, como hoy, estoy secuestrado por la estrategia de guerra del Gobierno español. Euskal Herria necesita tener la palabra y la decisión. Hasta conseguirlas no nos callarán ni nos dejarán en paz. Ayer, hoy y siempre, Euskal Herria libre”

Al escuchar la cita (que yo he copiado literalmente de una página web, espero que sea exacta) rompieron a aplaudir tanto los acusados como el numeroso público que ese último día había acudido a apoyarles. Luego por la tarde, cuando llegó el turno de que hicieran uso del derecho a la última palabra, los encausados uno a uno fueron acercándose al micrófono y disciplinadamente todos -excepto dos, Anchía y la peluquera, que prefirieron guardar silencio- hicieron suyas las palabras de Gorostidi. Y al hacerlo ellos eran conscientes -como lo había sido Iruin, y yo mismo, y supongo que todos los que estábamos en la sala- de que esas palabras no eran en realidad el mensaje postrero de Gorostidi, porque su auténtica última palabra, ese mensaje final que le acompañara por toda la eternidad, tenía en realidad la forma de una serpiente enroscada en un hacha. En su día todos pudimos verlo cuando los medios de comunicación informaron sobre su entierro, por ejemplo en el diario El Mundo que tituló “Confesión Póstuma” esa fotografía del cuerpo yaciente de Gorostidi con una pegatina de ETA sobre el pecho. No era un titular desacertado, porque aunque no era ningún secreto que Gorostidi había militado en ETA años atrás, lo que sí confesaba abiertamente esa pegatina –colocada por su viuda según ella misma reconoció- es que esa bandera del hacha y la serpiente, ayer hoy y siempre, había sido la de Jokin Gorostidi.

Así que en ese último momento Iruin y sus cincuenta fieles muchachos lo que hicieron fue proclamar –una vez más- que esa pintura del payaso con el saxofón en realidad no valía nada, que no era más que una de esas imágenes absurdas que solo sirven para que, miradas desde un determinado ángulo, el observador pueda descubrir en ellas esa otra imagen oculta que es su verdadera razón de existir. De esta manera, en el momento final del 18/98, los acusados exhibieron para quien quisiera verlo el motivo de su orgullo, el emblema de su lucha, la bandera a la que no renuncian y que -convendría que nos diéramos cuenta de ello de una maldita vez- no van a rendir por las buenas.

Ahora sólo queda que el tribunal cumpla con su obligación que es, como en cualquier otro caso, valorar todo lo que en el juicio se ha visto, estudiar uno a uno el caso de cada acusado, y con la ley en la mano condenar a los culpables y absolver a los inocentes. Nada más y nada menos. Que tengan suerte. Cuando salga la sentencia, que no sé lo que va a tardar, la colgaré en el blog y procuraré abstenerme de hacer ningún comentario. Me gustaría que fuera algo así como esas escuetas notas que al final de algunas películas basadas en hechos reales nos informan de qué fue de los personajes una vez terminó la historia que se quería contar, sin entrar a valorar si después de todo la vida les trató con justicia o no. Intuyo que cuando conozca la sentencia, pase lo que pase, no la voy a recibir con ninguna frialdad, así que lo mejor será que llegado ese momento me limite a informar y que por una vez no opine.

Precisamente por eso antes de terminar esta crónica final quiero decir una cosa más. En los últimos momentos del juicio hubo una acusada que se echó a llorar desconsoladamente, una mujer de la que no voy a decir su nombre porque me parecería de mal estilo, pero sí que probablemente es de todos los acusados una de las personas con menos responsabilidad en este desgraciado asunto, lo cual no quiere decir sin ninguna responsabilidad. Su llanto no me dejó indiferente, no me importa reconocerlo, y me tranquilizó comprobar una vez más que para mí en ningún caso sus lágrimas son mis sonrisas. También al verla, como es de justicia, pensé en esos otros llantos, en ese auténtico mar de lágrimas que los terroristas habían hecho verter durante décadas a personas totalmente inocentes, personas que muchísimas veces lloraron a sus muertos –y aún les lloran- en la más absoluta soledad sin recibir ni una mirada de compasión siquiera, gentes que aún después de haber visto destrozadas sus vidas fueron escarnecidas públicamente por no pocos desalmados, algunos de los cuales estaban sentados en la sala. Por ello está claro que ni por asomo se puede comparar una cosa con la otra, pero aún así, ya lo he dicho, no me dejó indiferente ver llorar a aquella mujer. En cualquier caso los sentimientos, ya sean de odio o de compasión, ya sean de unos o de otros, suyos o nuestros, no cuentan ni en este proceso ni en ningún otro porque en una sala de justicia las únicas cosas importantes son la Verdad y la Ley. Y éstas, ya se sabe, a menudo son duras, pero sin ellas no vamos a ninguna parte.

Con esto termina mi relato sobre el proceso 18/98. Aún os escribiré una carta más, la última, para despedirme. Y ya me conocéis, necesitaré más de cuatro líneas para hacerlo.

Un abrazo

Renault


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