Una imagen y mil palabras
Madrid 22 de febrero de 2006
Saludos a todos.
Hacía tiempo que no os escribía una carta propiamente dicha, y la razón es que ese ya lejano día 13, en el que yo tenía puestas tantas esperanzas, se volvió a suspender el juicio y no se reanudará (toquemos madera) hasta el lunes 27. Supongo que ya sabéis esto, y también la razón de esta nueva suspensión, que no es otra que la gripe que han contraído un acusado y una de las abogadas defensoras(...)
Dado que entre unos y otros, letrados e imputados, suman casi setenta personas, y que los chicarrones del norte ya no son lo que eran, parece bastante probable que nos encontremos con unas cuantas interrupciones más a lo largo del invierno. O sea, que a poco que se esmeren en contraer el virus van a tener parado este juicio quizás hasta que suceda eso que nuestro presidente dice que va a suceder, y que nadie sabe qué es exactamente. Ya veremos, pero yo de entrada ya no voy a anunciar por anticipado ningún momento crucial en el desarrollo de esta historia, no vaya a ser que algún gudari de esos se levante con unas décimas y nos arruine la jornada.
No tengo por tanto mucho que contaros sobre el juicio, pero sí sobre otras cosas. Lo primero es que sigo con el caso de la fotografía de Unai Romano, y a estas alturas mis dudas sobre su falsedad son cero. Hace un par de días hablé con un forense al que le había pedido que echara un vistazo a la fotografía y me dijo que, en efecto, todo era muy raro. La distinta coloración que observaba en el rostro le parecía inexplicable, y también estaba de acuerdo en que había partes de esa cara que no parecían corresponder con la de Unai antes (mejor dicho, después, como ya demostré) de ser detenido. Este forense va a intentar que las dos imágenes sean analizadas por unos antropólogos que conoce, y que con ayuda informática son capaces de comprobar si dos imágenes corresponden a una misma persona o no.
Pero aparte de eso me hizo notar algo muy curioso en la fotografía, algo que ya había apuntado uno de los que intervenían en ese foro al que os derivé y en el que también se cuestionaba la autenticidad de la fotografía. Se trata del collarín, que efectivamente parece estar de adorno pues no sujeta nada. Bueno, no suena como un dato especialmente importante, solo demostraría que el facultativo que se lo puso era un inútil, o que alguien, tal vez el propio Unai, lo había aflojado. Pero el forense propuso otra hipótesis que explicaría fácilmente lo extraño de la posición de la cabeza con respecto al collarín, y era que el individuo en cuestión estuviera tumbado cuando se le hizo la foto... ¡Bingo! Ese personaje que aparece en la fotografía no está de pie, sino que reposa sobre una superficie blanca y lisa. Fijaos en la forma en la que cae el pelo hacia la parte posterior de la cabeza, y sobre todo mirad cómo en el lado derecho de la imagen se ve perfectamente, sobre todo en ese recuadro azul que he dibujado, cómo su sombra se proyecta sobre una superficie con al que está en contacto. Es curioso cómo Unai olvidó contar que para hacerle la fotografía le tumbaron, y no sobre una camilla, sino sobre algo bastante más duro... Seguro que estáis pensando lo mismo que yo, algo que muchos hemos intuido desde el momento que vimos la fotografía por primera vez: ese rostro pertenece a un cadáver, todo él excepto la parte más clara que incluye la punta de la nariz, la boca y alrededores, el mentón, y la papada que son, sin duda, de un vivo.
Hasta ahora no tenía claro si el collarín y lo que se ve de los hombros pertenecía a Unai o a su donante anónimo, pero con este descubrimiento estaba claro que todo correspondía al difunto excepto esa pequeña zona que antes mencionaba. Por tanto había que buscar algún indicio de manipulación entre la parte de arriba del collarín y el mentón de Unai. Y vaya si lo hay, no sé ni cómo no me di cuenta antes. Mirad la zona que he reencuadrado en rojo y ya me diréis si esa línea levemente curvada hacia arriba, que bruscamente y contra natura separa el cuello de la papada, limitando ademas la incipiente barba con precisión quirúrgica, no es absolutamente inverosímil. Vamos, que en esa zona la unión entre un rostro y otro es una auténtica chapuza. En la zona de la nariz, señalada en verde, también es bastante clara la falta de continuidad de un rostro y otro, como ya os indiqué. Habrá quien diga que lo que se ve allí no son dos narices una más ancha que otra, sino una sola tumefacta por los golpes. Pues vale, pero es que da la casualidad de que el propio Unai afirma que nunca le golpearon en la cara, así que la única explicación posible es que, en su caso, eso de hinchársele a uno las narices es más que una metáfora. Por cierto, que al lado izquierdo de la nariz ese surco nasogeniano tan marcado presenta un pixelado completamente diferente al del resto de la fotografía, signo característico de haber sido manipulado digitalmente, como sabréis los que alguna vez hayáis utilizado el Photoshop o programas de retoque fotográfico similares (aparte de que es una sombra imposible dada la iluminación del resto de la fotografía).
En definitiva, que sumo una y otra vez dos más dos y siempre me salen cuatro, así que estoy seguro al cien por cien de que esta fotografía es un fraude. En este momento hay dos periodistas investigando el asunto, y confío en que pronto encuentren pruebas incontestables del engaño y denuncien a los cuatro vientos esta tomadura de pelo. Sé que a los batasunos les va a sentar como una patada en el estómago, pero ellos se lo han buscado por suspender el juicio y dejarme tan desocupado. Dado que últimamente están tomándose un descanso en eso de matar gente, creo que la solución sería que me buscaran algo que me entretuviera, no sé, un tamagochi o una amante exigente, lo que sea, o si lo prefieren que vuelvan a la Audiencia Nacional a responder ante la justicia.
Otro tema del que quería hablaros es el de la concentración a la que acudí el sábado en Bilbao. Las intervenciones de la gente del Foro de Ermua estuvieron bien, unas mejor que otras, y el acto en sí tuvo un valor indudable, sobre todo para quienes viven allí. Ellos dieron muestras de alegría, y casi de incredulidad, ante la presencia de tanta gente apoyándoles y plantando cara al nacionalismo, pero como ya dije en otra ocasión, quienes están acostumbrados a recibir nada más que palos e indiferencia se contentan con poco. Si os soy sincero a mí me pareció que éramos cuatro gatos, unas dos o tres mil personas según mi propia estimación, y en cualquier caso muchísima menos gente que la que vi en cualquiera de las dos grandes manifestaciones convocadas los últimos años por Basta Ya! en San Sebastián, y a las que yo también había acudido. Aparte de la diferencia de número, también era distinta la clase de gente que me encontré en una y otras. Sin duda en Bilbao también había de todo, y yo y unos cuantos amigos somos una prueba de ello, pero mayoritariamente la gente que se congregó el sábado allí, para que vamos a engañarnos, tenía toda la pintade pertenecer a eso que se llama derecha sociológica. Yo no tengo nada en contra de esa derecha sociológica a la que me refiero, pero es una pena que básicamente sólo estuvieran ellos y, que duda cabe, a quienes habría que responsabilizar de que fuera así no es a quienes acudieron, sino a quienes prefirieron quedarse en casa.
La excusa, que tantas veces he oído en personas de izquierda, de que no acuden a actos en los que suponen va a haber mayoría de votantes del PP, me parece sencillamente una muestra de sectarismo y de falta de espíritu democrático.Yo pienso que lo coherente es acudir a los actos que uno considera que merecen nuestro apoyo, sin importarnos si allí nos vamos a sentir arropados por "los nuestros" o no. Es más, precisamente creo que si un acto va a estar lleno de gente como nosotros, es cuando más prescindibles somos, y al contrario, si creemos que nuestro sector no va a estar suficientemente representado, es cuando no debemos faltar. Yo desde luego no siento tambalearse mis propias convicciones por manifestarme junto a una señora con abrigo de pieles, o junto a un okupa con cresta, como me ocurrió en la manifestación del No a la Guerra, pero se ve que mucha gente lo que busca al acudir a una manifestación es sentirse cómodo entre su tribu. Y por terminar de decirlo todo, la sola idea de que la sociedad se divide en un "nosotros" y un "ellos" la considero más propia del nacionalismo que de quien es verdaderamente demócrata.
Después de lo visto y vivido el sábado, cuál sería mi sorpresa cuando el martes acudí, con la impagable compañía de una mujer a quien he conocido gracias a estas cartas, a la presentación de un libro de José María Calleja en la Casa de América. El libro respondía al sugerente título de Algo habrá hecho, ya sabéis, la famosa frase con la que tantos vascos solían tranquilizar sus conciencias cuando se enteraban de que ETA había vuelto a asesinar a alguno de sus vecinos. En la mesa estaba el propio Calleja, Maite Pagazaurtundua y Ana Iribar (la viuda de Gregorio Ordóñez), y estuvieron todos bastante bien, aunque como siempre unos mejor que otros. Pero para mí lo importante no estaba en la mesa de los oradores, sino en el patio de butacas. La sala es bastante grande, tal vez la conozcáis, y estaba absolutamente abarrotada. No había una sola silla libre y éramos probablemente más de cien los que escuchábamos de pie, y también había por allí un buen número de periodistas. Dado que además ese día el Madrid jugaba con el Arsenal casi a la misma hora, creo que el acto solo puede ser calificado de rotundo éxito (al contrario que el partido). Y lo más importante, allí sí que había de todo, y además con presencias muy destacadas. Entre el público vi a Fernando Savater, Nicolás Redondo (padre), Enrique Múgica, Mikel Buesa, Pilar Manjón y otros que ahora mismo no recuerdo. Para mí la moraleja de todo este asunto está clara. Si los movimientos cívicos, que plantando cara al terrorismo y al nacionalismo defienden la igualdad, la libertad y la justicia, volvieran a la unidad de acción de hace unos años, multiplicarían exponencialmente sus fuerzas y el panorama cambiaría radicalmente, porque esos movimiento cívicos, sobre todo juntos, representan a la gran mayoría de los españoles, o por lo menos a lo mejor de ellos, y ya demostraron en el pasado que pueden influir decisiva y muy favorablemente en la vida política de este país. Ojalá que unos y otros se olviden de personalismos, de complejos, de agravios pasados, de sectarismos, de fidelidades mal entendidas, de equidistancias imposibles, y sobre todo, esperemos que presten más atención a lo que les dicen sus conciencias que a los cantos de sirena que les llegan desde los partidos políticos, y hagan de una vez lo que tienen que hacer, que es unir sus fuerzas.
Por último quería describir algo de lo que fui testigo el pasado lunes 13. Como ya digo, en la sala realmente no ocurrió gran cosa, y nos pasamos la mañana en el vestíbulo esperando a que el tribunal terminara sus deliberaciones. Los fumadores de vez en cuando salíamos a la puerta de la calle y allí, al sol, continuábamos con nuestra charla. Permanecíamos pegados a la puerta porque los guardias nos decían que no debíamos alejarnos llevando la acreditación de acceso con nosotros. No se veía a nadie por la Casa de Campo, excepto a media docena de reporteros gráficos que, del otro lado de la calle desierta y tras unas vallas, mataban el tiempo más o menos como nosotros. Pero junto a ellos descubrimos que había alguien más. Apoyado en una de esas vallas había un individuo de unos setenta años que, quieto y en silencio como una estatua, mostraba un trozo de cartón en el que había escrito con rotulador y mala letra: Cadena perpetua para los terroristas. El terrorismo es fascismo, no le des más vueltas.
Algunos de nosotros nos acercamos a saludar a este señor, entre otros una amiga mía que recibe estas cartas y que es testigo de que no miento. El hombre, que aparte de apoyarse en la vaya también lo hacía en una muleta, resulto ser de una inocencia a prueba de bombas, nunca mejor dicho. De una manera de lo más naif nos contó que, aunque respetaba a todo el mundo, él era una persona de izquierdas de toda la vida, que pensaba que el terrorismo, aparte de ser un crimen inaceptable, había beneficiado electoralmente a la derecha, y que le gustaba mucho una cosa que había escuchado a nuestro presidente de gobierno hacía poco, y que era que había que ser tolerantes y rechazar la violencia. A pesar de ello reconoció que ante los batasunos no había podido contenerse y les había insultado un poco. Yo no podía ni imaginarme a aquel ser tan cándido insultando a nadie, pero tampoco me lo podía imaginar mintiendo, así que supuse que sería cierto y que les habría llamado sinvergüenzas o algo así. Por supuesto ninguno de nosotros hizo el menor comentario sobre lo que dijo de Zp, y muy educada y sinceramente le dimos las gracias por su apoyo y volvimos al interior del edificio. Cuando al final de la mañana me fui aquel señor seguía allí solo, sosteniéndose en pie con ayuda de su muleta, mostrando ese cartel propio de un mendigo, mirando en silencio la puerta de la sala de justicia, esperando nada.
Camino del metro mi amiga y yo lo comentamos. Aquel señor tenía mucho de Don Quijote, con su punto de locura incluido, y era la imagen misma de la precariedad del apoyo a este juicio. Una imagen simbólica, auténtica y espontánea, no como la de Unai Romano.
Abrazos
Renault
P.S.: Mientras escibo esta carta estoy escuchando las obras completas para piano de Frederic Mompou, para que luego me acusen de catalanófobo.
Saludos a todos.
Hacía tiempo que no os escribía una carta propiamente dicha, y la razón es que ese ya lejano día 13, en el que yo tenía puestas tantas esperanzas, se volvió a suspender el juicio y no se reanudará (toquemos madera) hasta el lunes 27. Supongo que ya sabéis esto, y también la razón de esta nueva suspensión, que no es otra que la gripe que han contraído un acusado y una de las abogadas defensoras(...)
Dado que entre unos y otros, letrados e imputados, suman casi setenta personas, y que los chicarrones del norte ya no son lo que eran, parece bastante probable que nos encontremos con unas cuantas interrupciones más a lo largo del invierno. O sea, que a poco que se esmeren en contraer el virus van a tener parado este juicio quizás hasta que suceda eso que nuestro presidente dice que va a suceder, y que nadie sabe qué es exactamente. Ya veremos, pero yo de entrada ya no voy a anunciar por anticipado ningún momento crucial en el desarrollo de esta historia, no vaya a ser que algún gudari de esos se levante con unas décimas y nos arruine la jornada.
No tengo por tanto mucho que contaros sobre el juicio, pero sí sobre otras cosas. Lo primero es que sigo con el caso de la fotografía de Unai Romano, y a estas alturas mis dudas sobre su falsedad son cero. Hace un par de días hablé con un forense al que le había pedido que echara un vistazo a la fotografía y me dijo que, en efecto, todo era muy raro. La distinta coloración que observaba en el rostro le parecía inexplicable, y también estaba de acuerdo en que había partes de esa cara que no parecían corresponder con la de Unai antes (mejor dicho, después, como ya demostré) de ser detenido. Este forense va a intentar que las dos imágenes sean analizadas por unos antropólogos que conoce, y que con ayuda informática son capaces de comprobar si dos imágenes corresponden a una misma persona o no.
Pero aparte de eso me hizo notar algo muy curioso en la fotografía, algo que ya había apuntado uno de los que intervenían en ese foro al que os derivé y en el que también se cuestionaba la autenticidad de la fotografía. Se trata del collarín, que efectivamente parece estar de adorno pues no sujeta nada. Bueno, no suena como un dato especialmente importante, solo demostraría que el facultativo que se lo puso era un inútil, o que alguien, tal vez el propio Unai, lo había aflojado. Pero el forense propuso otra hipótesis que explicaría fácilmente lo extraño de la posición de la cabeza con respecto al collarín, y era que el individuo en cuestión estuviera tumbado cuando se le hizo la foto... ¡Bingo! Ese personaje que aparece en la fotografía no está de pie, sino que reposa sobre una superficie blanca y lisa. Fijaos en la forma en la que cae el pelo hacia la parte posterior de la cabeza, y sobre todo mirad cómo en el lado derecho de la imagen se ve perfectamente, sobre todo en ese recuadro azul que he dibujado, cómo su sombra se proyecta sobre una superficie con al que está en contacto. Es curioso cómo Unai olvidó contar que para hacerle la fotografía le tumbaron, y no sobre una camilla, sino sobre algo bastante más duro... Seguro que estáis pensando lo mismo que yo, algo que muchos hemos intuido desde el momento que vimos la fotografía por primera vez: ese rostro pertenece a un cadáver, todo él excepto la parte más clara que incluye la punta de la nariz, la boca y alrededores, el mentón, y la papada que son, sin duda, de un vivo.
Hasta ahora no tenía claro si el collarín y lo que se ve de los hombros pertenecía a Unai o a su donante anónimo, pero con este descubrimiento estaba claro que todo correspondía al difunto excepto esa pequeña zona que antes mencionaba. Por tanto había que buscar algún indicio de manipulación entre la parte de arriba del collarín y el mentón de Unai. Y vaya si lo hay, no sé ni cómo no me di cuenta antes. Mirad la zona que he reencuadrado en rojo y ya me diréis si esa línea levemente curvada hacia arriba, que bruscamente y contra natura separa el cuello de la papada, limitando ademas la incipiente barba con precisión quirúrgica, no es absolutamente inverosímil. Vamos, que en esa zona la unión entre un rostro y otro es una auténtica chapuza. En la zona de la nariz, señalada en verde, también es bastante clara la falta de continuidad de un rostro y otro, como ya os indiqué. Habrá quien diga que lo que se ve allí no son dos narices una más ancha que otra, sino una sola tumefacta por los golpes. Pues vale, pero es que da la casualidad de que el propio Unai afirma que nunca le golpearon en la cara, así que la única explicación posible es que, en su caso, eso de hinchársele a uno las narices es más que una metáfora. Por cierto, que al lado izquierdo de la nariz ese surco nasogeniano tan marcado presenta un pixelado completamente diferente al del resto de la fotografía, signo característico de haber sido manipulado digitalmente, como sabréis los que alguna vez hayáis utilizado el Photoshop o programas de retoque fotográfico similares (aparte de que es una sombra imposible dada la iluminación del resto de la fotografía).
En definitiva, que sumo una y otra vez dos más dos y siempre me salen cuatro, así que estoy seguro al cien por cien de que esta fotografía es un fraude. En este momento hay dos periodistas investigando el asunto, y confío en que pronto encuentren pruebas incontestables del engaño y denuncien a los cuatro vientos esta tomadura de pelo. Sé que a los batasunos les va a sentar como una patada en el estómago, pero ellos se lo han buscado por suspender el juicio y dejarme tan desocupado. Dado que últimamente están tomándose un descanso en eso de matar gente, creo que la solución sería que me buscaran algo que me entretuviera, no sé, un tamagochi o una amante exigente, lo que sea, o si lo prefieren que vuelvan a la Audiencia Nacional a responder ante la justicia.
Otro tema del que quería hablaros es el de la concentración a la que acudí el sábado en Bilbao. Las intervenciones de la gente del Foro de Ermua estuvieron bien, unas mejor que otras, y el acto en sí tuvo un valor indudable, sobre todo para quienes viven allí. Ellos dieron muestras de alegría, y casi de incredulidad, ante la presencia de tanta gente apoyándoles y plantando cara al nacionalismo, pero como ya dije en otra ocasión, quienes están acostumbrados a recibir nada más que palos e indiferencia se contentan con poco. Si os soy sincero a mí me pareció que éramos cuatro gatos, unas dos o tres mil personas según mi propia estimación, y en cualquier caso muchísima menos gente que la que vi en cualquiera de las dos grandes manifestaciones convocadas los últimos años por Basta Ya! en San Sebastián, y a las que yo también había acudido. Aparte de la diferencia de número, también era distinta la clase de gente que me encontré en una y otras. Sin duda en Bilbao también había de todo, y yo y unos cuantos amigos somos una prueba de ello, pero mayoritariamente la gente que se congregó el sábado allí, para que vamos a engañarnos, tenía toda la pintade pertenecer a eso que se llama derecha sociológica. Yo no tengo nada en contra de esa derecha sociológica a la que me refiero, pero es una pena que básicamente sólo estuvieran ellos y, que duda cabe, a quienes habría que responsabilizar de que fuera así no es a quienes acudieron, sino a quienes prefirieron quedarse en casa.
La excusa, que tantas veces he oído en personas de izquierda, de que no acuden a actos en los que suponen va a haber mayoría de votantes del PP, me parece sencillamente una muestra de sectarismo y de falta de espíritu democrático.Yo pienso que lo coherente es acudir a los actos que uno considera que merecen nuestro apoyo, sin importarnos si allí nos vamos a sentir arropados por "los nuestros" o no. Es más, precisamente creo que si un acto va a estar lleno de gente como nosotros, es cuando más prescindibles somos, y al contrario, si creemos que nuestro sector no va a estar suficientemente representado, es cuando no debemos faltar. Yo desde luego no siento tambalearse mis propias convicciones por manifestarme junto a una señora con abrigo de pieles, o junto a un okupa con cresta, como me ocurrió en la manifestación del No a la Guerra, pero se ve que mucha gente lo que busca al acudir a una manifestación es sentirse cómodo entre su tribu. Y por terminar de decirlo todo, la sola idea de que la sociedad se divide en un "nosotros" y un "ellos" la considero más propia del nacionalismo que de quien es verdaderamente demócrata.
Después de lo visto y vivido el sábado, cuál sería mi sorpresa cuando el martes acudí, con la impagable compañía de una mujer a quien he conocido gracias a estas cartas, a la presentación de un libro de José María Calleja en la Casa de América. El libro respondía al sugerente título de Algo habrá hecho, ya sabéis, la famosa frase con la que tantos vascos solían tranquilizar sus conciencias cuando se enteraban de que ETA había vuelto a asesinar a alguno de sus vecinos. En la mesa estaba el propio Calleja, Maite Pagazaurtundua y Ana Iribar (la viuda de Gregorio Ordóñez), y estuvieron todos bastante bien, aunque como siempre unos mejor que otros. Pero para mí lo importante no estaba en la mesa de los oradores, sino en el patio de butacas. La sala es bastante grande, tal vez la conozcáis, y estaba absolutamente abarrotada. No había una sola silla libre y éramos probablemente más de cien los que escuchábamos de pie, y también había por allí un buen número de periodistas. Dado que además ese día el Madrid jugaba con el Arsenal casi a la misma hora, creo que el acto solo puede ser calificado de rotundo éxito (al contrario que el partido). Y lo más importante, allí sí que había de todo, y además con presencias muy destacadas. Entre el público vi a Fernando Savater, Nicolás Redondo (padre), Enrique Múgica, Mikel Buesa, Pilar Manjón y otros que ahora mismo no recuerdo. Para mí la moraleja de todo este asunto está clara. Si los movimientos cívicos, que plantando cara al terrorismo y al nacionalismo defienden la igualdad, la libertad y la justicia, volvieran a la unidad de acción de hace unos años, multiplicarían exponencialmente sus fuerzas y el panorama cambiaría radicalmente, porque esos movimiento cívicos, sobre todo juntos, representan a la gran mayoría de los españoles, o por lo menos a lo mejor de ellos, y ya demostraron en el pasado que pueden influir decisiva y muy favorablemente en la vida política de este país. Ojalá que unos y otros se olviden de personalismos, de complejos, de agravios pasados, de sectarismos, de fidelidades mal entendidas, de equidistancias imposibles, y sobre todo, esperemos que presten más atención a lo que les dicen sus conciencias que a los cantos de sirena que les llegan desde los partidos políticos, y hagan de una vez lo que tienen que hacer, que es unir sus fuerzas.
Por último quería describir algo de lo que fui testigo el pasado lunes 13. Como ya digo, en la sala realmente no ocurrió gran cosa, y nos pasamos la mañana en el vestíbulo esperando a que el tribunal terminara sus deliberaciones. Los fumadores de vez en cuando salíamos a la puerta de la calle y allí, al sol, continuábamos con nuestra charla. Permanecíamos pegados a la puerta porque los guardias nos decían que no debíamos alejarnos llevando la acreditación de acceso con nosotros. No se veía a nadie por la Casa de Campo, excepto a media docena de reporteros gráficos que, del otro lado de la calle desierta y tras unas vallas, mataban el tiempo más o menos como nosotros. Pero junto a ellos descubrimos que había alguien más. Apoyado en una de esas vallas había un individuo de unos setenta años que, quieto y en silencio como una estatua, mostraba un trozo de cartón en el que había escrito con rotulador y mala letra: Cadena perpetua para los terroristas. El terrorismo es fascismo, no le des más vueltas.
Algunos de nosotros nos acercamos a saludar a este señor, entre otros una amiga mía que recibe estas cartas y que es testigo de que no miento. El hombre, que aparte de apoyarse en la vaya también lo hacía en una muleta, resulto ser de una inocencia a prueba de bombas, nunca mejor dicho. De una manera de lo más naif nos contó que, aunque respetaba a todo el mundo, él era una persona de izquierdas de toda la vida, que pensaba que el terrorismo, aparte de ser un crimen inaceptable, había beneficiado electoralmente a la derecha, y que le gustaba mucho una cosa que había escuchado a nuestro presidente de gobierno hacía poco, y que era que había que ser tolerantes y rechazar la violencia. A pesar de ello reconoció que ante los batasunos no había podido contenerse y les había insultado un poco. Yo no podía ni imaginarme a aquel ser tan cándido insultando a nadie, pero tampoco me lo podía imaginar mintiendo, así que supuse que sería cierto y que les habría llamado sinvergüenzas o algo así. Por supuesto ninguno de nosotros hizo el menor comentario sobre lo que dijo de Zp, y muy educada y sinceramente le dimos las gracias por su apoyo y volvimos al interior del edificio. Cuando al final de la mañana me fui aquel señor seguía allí solo, sosteniéndose en pie con ayuda de su muleta, mostrando ese cartel propio de un mendigo, mirando en silencio la puerta de la sala de justicia, esperando nada.
Camino del metro mi amiga y yo lo comentamos. Aquel señor tenía mucho de Don Quijote, con su punto de locura incluido, y era la imagen misma de la precariedad del apoyo a este juicio. Una imagen simbólica, auténtica y espontánea, no como la de Unai Romano.
Abrazos
Renault
P.S.: Mientras escibo esta carta estoy escuchando las obras completas para piano de Frederic Mompou, para que luego me acusen de catalanófobo.
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