
Yo, que ni vivo en el País Vasco, ni soy obviamente madre, y que ni siquiera soy padre, comparto esta motivación. Lo que me mueve a mí a actuar, y no pretendo compararme con esas heroínas vascas, es el futuro de nuestros hijos, o sea, de los vuestros que yo siento como míos. Para mí eso es más importante incluso que la necesidad de hacer justicia con las víctimas, que ya es decir, aunque lógicamente ambas cosas van unidas, y difícilmente construiremos un futuro de libertad para los que vienen, si no luchamos por un presente de dignidad y de justicia para quienes se fueron.
Lo curioso es que el día de hoy prácticamente nadie mencionará a esas mujeres vascas, y sí se protestará por la falta de paridad en gobiernos, casas reales, consejos de administración, estados mayores, o conferencias episcopales, insituciones todas ellas cuyos miembros lo son, como todo el mundo sabe, por ser los más nobles y los más ineligentes de entre todos los mortales. Y lo más gracioso es que quienes reivindican esos espacios de poder y desprecian cualquier otra cosa que no sea el propio poder se llaman a sí mismos "alternativos". Manda narices.
Pido disculpas si a alguien he molestado con mis palabras. Hay que ser muy reaccionario y asquerosamente machista para suponer que ese valor que demuestran algunas mujeres tiene que ver con su papel, virtual o real, de madres. Pero nadie es perfecto, ni siquiera yo.
Por útimo una cita cinematográfica, esta vez nacional, y no porque quiera congraciarme con nadie, sino porque la película lo merece y el título lo dice todo: Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto.
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