lunes

El soprano

Madrid 12 de marzo de 2006

Saludos a todos

Vaya semanita, y la que viene se presenta también cargada, así que tendréis que perdonarme si no llego a todo y si, como ocurre con esta carta, os cuento las cosas con unos cuantos días de retraso. El caso es que por fin voy a haceros la crónica de lo sucedido esta semana en el juicio, que se supone que es para lo que creé este blog (...)

El lunes, con un retraso que arrastrábamos desde antes de navidades, le llegó su turno a Xabier Alegría. Era una comparecencia muy esperada tanto por la demora sufrida como porque para este individuo, como ya os dije, es para quien se pide una mayor pena, nada menos que 51 años. Tal era la expectativa que, antes de comenzar, llegué a comentar a una amiga que si el señor Alegría nos defraudaba en su intervención igual hasta recibía abucheos, y no solo de los nuestros, sino también de los suyos. Pero he de reconocer que a mí no me decepcionó en absoluto, y que lo que presencié al lunes y el martes fue de lo más interesante que he visto hasta ahora.

A preguntas de su abogada el señor Alegría comenzó su declaración relatando pormenorizadamente las terribles torturas que, según él, sufrió a manos de la Guardia Civil la última vez que fue detenido (tal vez le hayan detenido más veces después, no lo sé). Creo que estuvo más de dos horas contándonos los horrores sin fin que padeció durante los primeros días de su cautiverio, y más allá del contenido de su declaración lo que me parecieron interesantísimas fueron las circunstancias en las que ésta se produjo.

En el imaginario aberzale (y en el de no pocos grupos antisistema y de "defensa" de derechos humanos), los testimonios sobre torturas que se producen en los tribunales se fantasean más o menos así:

En una sala de justicia un ciudadano, inocente por supuesto, se ve obligado a rememorar otra vez esas terribles horas de tormento que él desearía olvidar para siempre, pero cuyo recuerdo, imposible de borrar, le acompañará hasta la tumba. Pero al menos esta vez el padecimiento de recordar tanto horror va a servir para algo. Esta vez va a ser un tribunal quien escuche cuál es la realidad de los interrogatorios policiales en este país. El abogado se da cuenta de lo duro que es para su defendido revivir otra vez esa pesadilla, recuerda cómo la víctima se derrumbó al contárselo por primera vez a él, cómo entonces, a pesar de estar acostumbrado por su condición de letrado a escuchar todo tipo de atrocidades, aquel relato le impactó como nada lo había hecho antes. Pero no tiene más remedio que pedirle a su defendido que una vez más cuente lo ocurrido, y con mucho tacto empieza a interrogarle. La víctima traga saliva, saca fuerzas de flaqueza, e inicia con voz quebrada su relato. Sin embargo cuando llega a las partes más terribles se interrumpe, le es imposible seguir, es demasiado doloroso para él. Pero ahí está su abogado para ayudarle, y con muchísima delicadeza hace las preguntas justas y necesarias para que su defendido por fin diga en público lo que hasta ahora sólo se ha atrevido a confesar en privado.

La humillación que ha vuelto a sufrir ese ciudadano al tener que explicar en público las vejaciones a las que le sometieron sus sádicos carceleros no ha sido en vano. La sala entera está sobrecogida. Algunos amigos y familiares intentan hacerle llegar su apoyo con una mirada de cariño y solidaridad en la que inevitablemente asoman las lágrimas. Otros amigos en cambio apenas pueden contener la rabia y aprietan los puños y los dientes, clamando con su estruendoso silencio justicia para ese ser querido a quien de manera inhumana....


Ya sé que es literatura barata, pero esto es lo que creen (o dicen creer) todos esos que desde las calles, desde las sedes de los partidos, o desde el Parlamento Vasco exigen el fin de las sistemáticas torturas que al parecer sufren centenares de ciudadanos vascos por el simple hecho de ser vascos (en su lenguaje vasco quiere decir colaborador de ETA). Pero es que, como suele ocurrir con la literatura barata, además de mala y aburrida, es sencillamente inverosímil, o sea, falsa. Al menos lo que yo presencié el lunes en la sala de la Audiencia Nacional no tenía nada que ver con esa sarta de tópicos que antes he reproducido. En realidad la cosa fue exactamente así:

Xabier Alegría ya había advertido desde hace meses que iba a utilizar su comparecencia en este juicio para denunciar el uso sistemático de la tortura en todos los procesos, también en éste. Ya os puse un enlace de esa declaración de intenciones publicada en Gara, pero igual deberíais echarle un vistazo de nuevo para constatar esto: lo que dice allí no es más que un montón de frases de repertorio sobre los derechos vulnerados del pueblo vasco, pero no hace el menor hincapié en su propia experiencia como torturado, como tampoco el entrevistador parece demasiado interesado en que cuente esas estremecedoras vivencias personales. Es muy significativo que el periodista incluso se limite a decir que Alegría denunció torturas, y que nunca de por hecho, como acostumbran en ese medio tan imparcial y riguroso que es Gara, que efectivamente las sufriera (ojo al dato).

Cumpliendo su palabra, el lunes Alegría sí que explicó en la sala, y con detalle, esas supuestas torturas que él sufrió, aunque lo hizo con ese mismo tono aburrido y cansino que utilizan los teleoperadores cuando repiten por enésima vez el maravilloso y exclusivo regalo con que hemos sido agraciados nosotros y unas decenas de miles de ciudadanos más. No había la más mínima emoción en su voz ni en sus gestos, nada que nos hiciera pensar que estaba recordando algo mínimamente doloroso, ni siquiera algo que realmente le hubiera pasado a él, y no exagero si digo que seguro que hubiera mostrado más pasión si hubiera estado contándonos como se hace el bacalao al pil-pil, y desde luego muchísimo más dramatismo si nos hubiera estado hablando de la difícil situación de los equipos vascos en la presente temporada liguera. No había la menor vacilación en su relato, nada vibraba en él, era una salmodia sin una sola nota discordante, en la que él mismo marcaba el monótono ritmo, incluso con leves indicaciones con la cabeza y los ojos hacia su abogada, Artantza Zulueta, como haciéndole ver a la letrada que no se estaba ajustando a su interpretación del guión establecido. Ésta, la señora Zulueta, tampoco hizo el menor esfuerzo por representar con un mínimo de verosimilitud aquella farsa. Incluso se diría que estaba incómoda dándole la replica a su partenaire en esa escena cumbre para él, y que a lo único que aspiraba era a rematar cuanto antes una mera faena de aliño y pasar a otra cosa. Si la intención de ambos era dar credibilidad al tema de las torturas, tengo unos cuantos amigos actores que podrían darles unos consejos para una próxima ocasión, porque desde luego la de esta semana la tiraron a la basura... aunque a lo mejor no fue sólo por falta de talento dramático.

A pesar de todo los diez o quince que estábamos entre el público, todos de nuestra cuerda excepto tres, prestábamos muchísima atención a la narración que Alegría, de pie y muy tranquilo, aunque con gesto chulesco, iba desgranando. Bueno, todos atendíamos menos una amiga que estaba sentada a mi lado, y que dando muestras de una insensibilidad inhumana se entretenía con el periódico. Habrase visto... ¿qué clase de persona lee distraídamente el periódico mientras otro ser humano está contando una tragedia como la de Xabier Alegría? Pues mi amiga, que tiene un corazón de hielo... y también diez de los procesados. Como lo oís, mientras escuchaba al señor Alegría estuve observando al resto de los imputados y me di cuenta que no le estaban haciendo ni pito caso. Saqué papel y boli y me puse a anotar a todos los imputados que no sólo no le atendían, sino que leían sin ningún pudor, y yo diría que incluso de manera ostentosa, el periódico o lo que fuera. Desde donde yo estaba pude ver claramente a diez, y no me refiero a que hubiera diez acusados que en algún momento echaran un vistazo a la prensa, no, habló de diez, al menos diez etasunos, que no prácticamente no hicieron otra cosa mientras Xabi nos contaba sus penas. Apunté una breve descripción de cada uno y de lo que hacían, y me encantaría poder hacer aquí una relación de todos ellos con su nombre y apellidos, pero para mi desgracia aún no tengo el honor de haber sido presentado y hay muchos que no sé como se llaman. Pero sí he conseguido identificar a algunos y aquí van sus nombres: Francisco Gundín, que estuvo todo el tiempo leyendo algo que no pude ver bien porque me daba la espalda, aunque en el receso se levantó y pude ver que tenía un libro en las manos; Mario Zubiaga, que leía un libro y lo subrayaba con un rotulador naranja fluorescente; Pablo Gorostiaga, un señor de cierta edad que tenía todo el rato la cabeza gacha y pensé que estaba leyendo, aunque acabé por darme cuenta de que en realidad estaba durmiendo; Isidro Murga, que con la txapela quitada leía sin parar algo que no pude ver; Xabier Salutregui, a quien tenía justo delante mío y que se leyó el periódico (creo que El País) de pe a pa, y no contento cuando terminó estuvo largo rato estudiándose las ofertas del Media Market en uno de esos folletos grandes y rojos que encartan en la prensa, folleto que cuando acabó le pasó al compañero que tenía a su izquierda para que se entretuviera un rato. Había más, ya digo que al menos diez, pero no sé sus nombres aunque intentaré averiguarlos, sobre todo el de uno de camisa a cuadros rojos y negros y rostro rubicundo, que no levantó la cabeza del periódico ni cuando Xabier Alegría explicaba cómo le hicieron la terrible tortura de "la bolsa".

Y por cierto al día siguiente, martes, cuando Xabier Alegría ya había terminado de explicarnos que él también era una víctima y había pasado a contarnos que por supuesto además era inocente, repetí mi observación, aunque de lo que vi entonces solo puedo mencionar un nombre: Jaime Iribarren... sí, en efecto, Jaime Iribarren fue el único de los imputados a quien no vi en ningún momento sumergido en la lectura. El resto, al menos todo los que yo podía ver con claridad, estuvieron la mayor parte del tiempo leyendo periódicos, papeles, libros, o lo que fuera. Os aseguro que era una imagen curiosísima: el máximo imputado en este caso declarando, el tribunal y el público atendiendo, y entre medias un mar de cabezas gachas y periódicos abiertos. Observé como un tipo que no sé como se llama, pero que se parece mucho a Xabier Díez Usabiaga (los etasunos que me lean seguro que le identifican) leía un libro y también lo subrayaba con rotulador fluorescente, aunque amarillo a diferencia del naranja del señor Zubiaga (¿será una cuestión de rango o algo así?) Y el de la camisa de cuadros negros y rojos no leía, pero echaba unas cabezadas tremendas que estaban a punto de hacerle caer de la silla. O sea, que ya veis que el relato de las torturas de Xabier Alegría realmente sobrecogió a la concurrencia, sobre todo a los suyos que no perdieron ripio, como quien dice. Juro que todo esto es absolutamente cierto, y si alguno de los mencionados, o quien sea, tiene intención de acusarme de mentir, que antes se pare a pensar que toda las sesiones son grabadas en video, y que hay cámaras que están dirigidas al público y a los imputados, con lo que se podría probar que ni miento ni exagero, y que incluso probablemente me he quedado corto.

Pensaréis, con razón, que a Alegría no le hacían ni puñetero caso porque nadie mejor que ellos sabe que sus historias sobre torturas son una trola. Y es cierto, pero la cosa es mucho mas interesante aún. Xabier Alegría es el máximo imputado porque se le acusa de ser el auténtico enlace entre ETA y toda esa red de organizaciones satélites, o sea, que él se sabe de carrerilla el "quién es quien" de esta historia, y lo gordo no es que se lo sabe, sino que se lo contó a la policía y a los jueces. Por esa afición suya a largar por la boca sus compinches le han puesto el sobrenombre de "el cantante", y la realidad es que muchos, incluso la mayoría, de los que se sientan en la sala y que probablemente van a ir a la cárcel, se lo deben a este valiente gudari. Él, lógicamente, intenta justificarse diciendo que le torturaron, pero los otros saben perfectamente que no es cierto y le muestran su desprecio, indirecta pero claramente, cada vez que pueden. Incluso la información que Gara publicó tras su comparecencia fue extremadamente discreta para lo que acostumbra, y se limito a cumplir el expediente diciendo que Alegría había denunciado torturas y poco más. Yo no le deseo ningún mal al señor Alegría, aparte de una larga estancia en la cárcel por supuesto, y por eso me atrevo a aconsejarle que se ande con cuidado si finalmente todos ellos, incluídos esos a los que él delató, son condenados, no vaya a ser que un día en prisión tropiece con alguno y se caiga por unas escaleras, o que sufra alguna clase de "accidente" estando a su lado. Probablemente a él la política de dispersión no le parezca tan mala aunque seguro que, con la boca pequeña, la criticará (como está mandado, nunca mejor dicho).

La verdad es que este hombre tiene el pobre un papelón. Después de contar lo de sus torturas y de afirmar que fue por ellas, y sólo por ellas, por lo que firmó una declaración falsa dando los nombres de los compañeros que sus torturadores le dijeron que debía delatar (se ve que es un cantante de karaoke), su abogada le preguntó por una declaración que hizo posteriormente ante el juez, los abogados, y yo qué sé quién más, en la que reiteró punto por punto lo que antes le había contado a la Guardia Civil. Entonces, el bueno de Xabi, con dos cojones, reconoció que en esa confesión no hubo torturas, pero que no firmó nada, aunque es cierto que existe una grabación completa a la que no debería dársele importancia (él sabía que le estaban grabando, si os lo estáis preguntando), y que además estaba muy confundido, sobre todo cuando afirmó que estaba declarando voluntariamente. Cuando dijo esto ultimo yo me temí que alguno levantara la cabeza del periódico y le escupiera en la cara, o hiciera algo peor, pero afortunadamente nada sucedió y esa escena tipo El Padrino que me temía no llegó a producirse. Eso sí, a la salida todos muy disciplinadamente se plantaron en amor y compañía frente a la prensa con una pancarta que pedía el cese de las torturas. Los de la prensa, que saben todo esto, cumplieron con su parte en esta comedia recogiendo la imagen del amistoso grupo lo más rápidamente posible, y así todos pudimos irnos a casa antes de que el bochorno se nos hiciera insoportable. Lógicamente al día siguiente la prensa apenas prestó atención a las denuncias de Alegría ni a la concentración espontánea de la salida, ni siquiera la afín como ya he dicho. Se ve que les motiva mucho más el caso de Unai Romano (lo llevan claro) y no deja de ser significativo dado que, siendo ambos unos embusteros, este último no es nadie y Xabier Alegría es cuando menos un "capitán" en esa jerga mafiosa que hemos aprendido en magníficas películas y series de televisión.

El miércoles no pude asistir al juicio y me perdí una comparecencia importante, a la que sin embargo me referiré únicamente por referencias (por primera vez y sin que sirva de precedente) en otra carta que estoy preparando. Me refiero a la declaración de José María (Txema si él lo prefiere) Matanzas, abogado destacadísimo del mundo etasuno. Pero os anticipo que no voy a hacer ningún chiste sobre su apellido. Tengo por costumbre no utilizar ni el nombre ni la fisonomía de nadie para atacarle. Muchos pensaréis que renuncio a hacerlo para no hacer mal uso de la ventaja que mi nobiliario apellido (y no me refiero a Renault) y mi agraciada presencia me confieren. Pues sí, en parte es por eso, pero sobre todo es porque ni el apellido ni la cara los elige uno, y por tanto me parece poco elegante y nada justo hacer mofa de ellos. También renuncio a comentar cosa alguna sobre la vida sentimental de nadie, y eso que en el caso de Matanzas hay una historia muy interesante desde el punto de vista de la sociología etarra, pero aún así no la voy a contar. No puedo ponerme al nivel de la telebasura y demás detritus mediáticos. Nobleza obliga.

Abrazos


Renault


PS: Tal vez no haga falta, pero lo repito. Me repugnan las torturas, y para mí no cabe otra cosa que castigar ejemplarmente a quienes la justicia encuentre culpables de haber cometido tales delitos, como también creo que se debería castigar ejemplarmente a quienes se demuestre que las han denunciado sin haberlas sufrido.


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