viernes

Un día muy duro (II)

7 de abril de 2006

Saludos a todos

Nos habíamos quedado con esos cinco personajes -mi amiga la estudiante de derecho, los tres alumnos de la Carlos III, y yo mismo- camino de la Audiencia Nacional de la calle Génova. Al llegar allí ya dije en mi carta rechazada por El País qué fue lo que nos encontramos, así que no repetiré lo mismo, pero añadiré algunos detalles de los que tanto me gustan a mí y al parecer a vosotros (...)

El primero es que en esa docena de ciudadanos de bien que esperaban a la puerta de la Audiencia Nacional la mayoría femenina era, una vez más, abrumadora. Por favor, que nadie recurra -ni siquiera mentalmente- a argumentos tan carcas como falsos para explicar éste fenómeno. Muchas de las que había allí son mujeres que trabajan fuera de su casa, y todo lo que voy a contar sucedió fuera del horario laboral, así que habrá que recurrir a explicaciones mas serias y profundas para dar razón de lo que es un hecho incontestable en el País Vasco, y al parecer también en Madrid.

Mis amigas del 18/98, mujeres de entre treinta y cincuenta años, gente seria y formal solo en apariencia -porque luego hay que verlas, y sobre todo oírlas-, se alegraron muchísimo de nuestra llegada, y sobre todo se alegraron de conocer a nuestro nuevo amigo el de las orejas perforadas, que se convirtió en la auténtica estrella de la reunión. Ellas se mostraban encantadas de tener a su lado a ese personaje tan auténtico, incluso diría que les hacia una especial ilusión que las vieran con él. Y lo comprendo, comprendo perfectamente que se sintieran tan a gusto hombro con hombro con ese joven de apariencia iconoclasta, porque eso les hacía darse cuenta de que ellas eran muchísimo más jóvenes de corazón y muchísimo más rebeldes de espíritu que ningún ultra o ningún jarraichu. Vaya si lo son, un día tengo que dedicarles íntegramente una carta a las damas del 18/98.

De todas formas, mis amigas no fueron las únicas mujeres con un papel destacado en lo que sucedió en las cercanías de la Audiencia. Por allí andaba un personaje con impermeable de leopardo y pelo caoba que protagonizo uno de los incidentes más chuscos que podáis imaginaros. Los de nuestro grupo estábamos más o menos solos en un lateral del edificio de la Audiencia -lo más alejados posibles de los gritones nostálgicos de las cámaras de gas-, y esparcidos por la acera en corrillos de tres o cuatro personas hablábamos de esto y de aquello. Justo al lado de mi corrillo estaba esa mujer del impermeable de leopardo que comentaba, aunque yo no le prestaba ninguna atención, pero alguien se acercó desde otro corrillo y nos advirtió de que anduviéramos con cuidado porque esa mujer estaba grabando nuestra conversación. Los tres paramos en seco nuestra charla y la miramos. En efecto, esa mujer sostenía en sus manos un reproductor/grabador de mp3 dirigido hacia nosotros mientras miraba con fingida despreocupación a un lado y a otro, eso sí, con los auriculares puestos. Sin decir palabra nos alejamos unos metros mientras yo pensaba que cuándo iba a aprender eso de que en situaciones así no hay que bajar la guardia en ningún momento ni fiarse absolutamente de nadie.

Lo que sucedió a continuación cambió el registro de la escena, que paso de ser una secuencia de una película de espías bastante mala a convertirse en un gag bastante bueno de Inocente, Inocente. La buena señora, lejos de desaparecer discretamente una vez que había sido descubierta, nos siguió sin separarse ni un metro de nosotros y se plantó otra vez pegada a nosotros con su cara de despiste y su grabadora en la mano. Nosotros, ojopláticos, la mirábamos fijamente sin decir palabra pero ella, inasequible al desaliento, aguardaba pacientemente a que reiniciáramos esa conversación que por incomprensibles razones para ella habíamos interrumpido bruscamente para retomarla unos metros más allá.

La cosa era tan absurda que decidimos tomárnosla a guasa, sobre todo los tres de la Carlos III, que empezaron a hablarle directamente al micrófono de la grabadora y a hacerse fotos a su lado como si fuera Ronaldo. El escarnio duró varios minutos, al cabo de los cuales la mujer debió pensar que igual la habíamos descubierto a pesar de su hábil disfraz, y se marchó calle abajo perdiéndose entre el grupo de los ultras. Yo me quedé precisamente pensando en si estaría con los ultras o con los batasunos, pero de una cosa estaba seguro: un elemento como ese podía desestabilizar cualquier grupo por muy bien organizado que estuviera. Bien pensado, igual hasta es el nuevo arma secreta de los servicios policiales de información. Pero que se anden con cuidado nuestras fuerzas del orden, por menos que eso les pueden acusar de guerra sucia.

La cosa, aunque no os lo creáis, no acabó allí. Bastante tiempo más tarde estábamos apoyados en la valla que nos impedía el acceso a la Audiencia, y estábamos hablando con la gente que teníamos dentro del edificio y que habían salido un momento para informarnos, cuando esa espía de película de Monty Python se nos puso de nuevo a nuestro lado con su grabadora. Poco tiempo atrás yo había comentado el asunto con un policía de paisano que había infiltrado entre el público y al que conozco del 18/98. No es que hayamos hablado mucho, pero con las pocas veces que lo hemos hecho hemos establecido una especie de pacto tácito de discreción y confianza mutua. Le dije lo que había ocurrido y se ve que me creyó porque pocos segundos después de que la del impermeable de leopardo apareciera de nuevo a nuestro lado él surgió de no sé dónde y se sitúo a su espalda. Sin decirnos absolutamente nada, casi sin mirarnos ni entre nosotros ni al policía, mis amigos y yo dimos un paso atrás al unísono y cuando la de la grabadora se quiso dar cuenta estaba rodeada por cuatro policías que le pedían que se identificase. Fue una maniobra de una pulcritud y perfección coreográfica que cualquiera hubiera pensado que estaba ensayada.

Pero nuestra espía guardaba, nunca mejor dicho, un as en la manga. Ante el requerimiento de los agentes de que mostrara su documentación, y en un golpe maestro para desconcertar a las fuerzas del orden, la buena mujer echó mano al bolsillo y mostró a los policías algo que no era el DNI ni el pasaporte, sino una tarjeta de visita de esas que se hacen en las máquinas automáticas del metro. Y la jugada le funcionó. Cuando los policías se recuperaron de la impresión y consiguieron articular palabra sin que se les escapara una carcajada le dijeron que eso no era suficiente para acreditar su identidad y la dejaron marchar. Probablemente yo hubiera hecho lo mismo... ¿y si al final las cámaras de Inocente, Inocente estaban en efecto por allí?

Aparte de este episodio cómico, hubo después otro protagonizado por una segunda desconocida, y éste no tuvo nada de cómico. Ya había anochecido cuando se acercó por nuestro sector una chica de treinta y pocos años con una bolsa de alguna boutique del barrio de Salamanca, muy rubia y bastante cursi en su arreglo y en mi opinión, aunque a algunos les pudiera parecer atractiva. Yo la había visto hacía rato en el grupo de los ultras, y por ello me dio muy mala espina cuando se acercó a donde nosotros estábamos. Lo primero que hizo fue acercarse de manera casual a dos señores de unos cincuenta años que teníamos a nuestra espalda y ponerse a hablar con ellos.

Estos dos señores, a quienes no conocíamos de nada y que llevaban varias horas parados exactamente en el mismo sitio, mezclaban en su indumentaria buenas dosis de conservadurismo, coquetería, y pulcritud extrema. Poco tiempo antes una mujer que teníamos a nuestro lado había hecho la siguiente observación sobre ellos: Estos dos son del PNV, yo soy vasca y les huelo a la legua. No pudimos comprobar si esa mujer llevaba razón o no, pero en cualquier caso su observación me pareció de lo más certera.

El caso es que la rubia se puso al lado de esos señores y, fingiendo que acababa de encontrarse por casualidad con ese follón en la calle, les interrogó sibilinamente. Comprenderéis que dadas las circunstancias yo no quitara el ojo ni un por un momento a ese teléfono móvil que ella sostenía en su mano no se sabe para qué, y que de vez en cuando manipulaba distraídamente. Estuvo un rato con esos dos y luego siguió su ronda con otros de los que allí estábamos. A mi afortunadamente no me preguntó nada porque supongo que esa Mata Hari de la calle Serrano era cualquier cosa menos tonta y se había dado cuenta de que la había calado. Sin embargo no advertí a mis amigos de mis sospechas, e hice mal en no hacerlo porque aquella Lady Macbeth de zapatillas plateadas fue la responsable del incidente más grave de la noche, y nosotros sin querer le dimos lo que necesitaba para culminar con éxito su estrategia de algarada callejera.

Me explico: La rubia llevaba un rato entre nosotros y yo estaba un poco apartado hablando con mi mujer -ya sabéis, la chica que desató el nudo el día de los 15 pingüinos- y que al final se había acercado por allí. Ella, la chica del nudo, que estética y éticamente está en las antípodas de la otra, la miraba atónita y me decía que le parecía un personaje realmente siniestro. Qué razón tenía (para que luego diga que no le doy nunca la razón). Al cabo de un buen rato nos llegaron noticias de que en la cercana cafetería Riofrio unos ultras habían entrado y habían iniciado una pelea con la veintena de batasunos -la mayoría procesados en el 18/98- que tranquilamente esperaban tomando café desde primera hora de la tarde a que su jefe saliera de la Audiencia Nacional. Por supuesto nosotros sabíamos que ellos estaban allí, como siempre que acuden a la Audiencia Nacional, porque esa tarde nosotros, como también siempre hacemos, entramos en esa cafetería a tomarnos algo y sobre todo a dejarles claro que al menos en Madrid no tienen ningún santuario.

(Nota : el mundo de ETA/Batasuna acostumbra a desarrollar sus estrategias en documentos -muy útiles en los procesos judiciales contra ellos- que a veces bautizan con nombres de animales, V.G: "Txinaurri" (Hormiga) y "Karramaro" (Cangrejo). He pensado que tal vez yo debería escribir una ponencia similar explicando en qué consiste esa estrategia de permanente e incordiante presencia que nosotros llevamos a cabo, y creo que un buen nombre para ese documento sería "Mosca cojonera", pero para darle más seriedad al asunto tal vez debería poner el nombre de ese animal en algún idioma más o menos críptico ¿Alguien sabe cómo se dice "Mosca cojonera" en, por ejemplo, griego antiguo o arameo?)

A lo que íbamos, los de nuestro grupo no es que sospecháramos dónde podían andar los etasunos que tanto echaban de menos los ultras, es que teníamos la certeza absoluta de dónde se escondían, pero no íbamos a decir nada aunque los fachas nos siguieran torturando con su chirriante vocerío. Pero ahí entró en juego la rubia siniestra, que con sus zalamerías consiguió que alguien inocentemente hablara más de la cuenta y ella, sin perder un segundo, envió la información a sus compinches por el móvil. En cinco minutos ya habían conseguido lo que venían a buscar: pelea.

Hay que ver qué fácil es destruir la obra de otros, porque la estrategia "Mosca cojonera" se irá al cuerno a poco que estos tíos insistan en la táctica "Mono cabreado". Y lo que me parece realmente repugnante es que esos individuos, en particular esa señorita, utilicen de manera tan miserable a quienes llevan tiempo dando verdaderamente la cara frente a ETA para satisfacer sus personales ganas de montar bronca.

Qué nadie se engañe, esos grupos organizados de ultras que de vez en cuando aparecen en mis crónicas no son, como alguno podría benévolamente pensar, unos cuantos chicos tan exaltados como románticos que han equivocado el camino. Qué va, son una panda de vándalos a quienes no les importan lo más mínimo ni la justicia ni las victimas, y que lo único que quieren es ver correr la sangre. O sea, exactamente iguales que los otros, aunque con la importantísima diferencia es que estos hasta ahora solo desean ver correr la sangre, mientras que los otros la han hecho correr abundantemente. Creedme, unos y otros son así, y aunque puede ver algunas rarísimas excepciones en ambos bandos, reconocedme que esos individuos que no harían sino confirmar la regla deben ser también excepcionalmente estúpidos para no saber quiénes son sus compañeros de viaje.

Y vamos por fin al núcleo duro de lo que ocurrió el miércoles, que es lo que hace que afirme que fue en día muy duro: el resultado de la comparecencia de Otegi ante el juez Grande-Marlaska. Brevemente os pongo en antecedentes: dos destacados dirigentes de Batasuna habían sido encarcelados en los días anteriores por este mismo juez que, con buen criterio creo yo, en el auto en el que dictaba prisión incondicional para estos dos tipos venía a decir lo siguiente: Si ustedes, a pesar de estar desde hace tiempo en libertad condicional bajo fianza, siguen cometiendo esos delitos por los que están siendo procesados, a mi no me queda más alternativa que mandarles al trullo sin más tonterías. La cita no es literal, pero creo que es un buen resumen del auto.

Con estos antecedentes, nosotros teníamos la esperanza de que Grande-Marlaska mandara a Otegi directo a la cárcel sin cenar, digo sin fianza. De hecho era la única decisión que nos parecía coherente con sus anteriores resoluciones. Si se había encerrado sin fianza a Petricorena y a Olano, ¿qué razones había para no hacer lo mismo con Otegi? Pues desde un punto de vista jurídico ninguna, al menos ninguna que conozcamos ni yo, ni mis amigos que saben muchísimo más que yo, ni los abogados de la Asociación Dignidad y Justicia que están personados en el caso. De hecho había más razones jurídicas para mandar a prisión a Otegi que para hacerlo con Olano y Petricorena, ya que en esos dos casos el fiscal no había solicitado ni siquiera prisión condicional, mientras que se había anunciado que para Otegi el ministerio público sí iba a pedir prisión incondicional.

Pero claro que había razones para temer que Otegi se librara de ir a la cárcel, pero no eran razones jurídicas, sino políticas, razones que se pueden resumir en una sola palabra: tregua. Eso era lo que había cambiado, y de hecho el que ETA adelantara ese comunicado de alto el fuego que se esperaba para abril, se interpreta por todos o casi todos los analistas políticos como un intento por evitarle la cárcel a Otegi. Hay que ver qué influencia tiene este señor en la cúpula de ETA, que para evitarse él un disgusto hasta consigue que los del pasamontañas alteren sus planes, cosa que no han hecho jamás por ninguno de sus gudaris. Se ve que en el mundo aberzale también hay clases.

Pues eso, que a pesar de que las razones jurídicas estaban del lado de quienes pedíamos prisión incondicional, la situación política nos hacia dudar de que esta vez el juez se mostrara tan firme como las anteriores. No teníamos ninguna duda de que si la comparecencia de Otegi se hubiera producido antes del anuncio de tregua, éste hubiera corrido la misma suerte que sus compañeros. Pero la cosa había cambiado, y la mejor prueba de ello era la errática actitud de la fiscalía, que un día decía que los jueces debían tener en cuenta la nueva situación política, otro anunciaban a los cuatro vientos que iban a pedir prisión incondicional para Otegi, para en el último momento decidir que sólo iban a solicitar prisión bajo fianza....

De verdad ¿es tan raro lo que algunos pedimos, esto es, que la ley se cumpla con independencia de si una banda de asesinos ha dicho que se está pensando lo de seguir matándonos, con independencia de que gobierne éste o el otro partido, o de si esta liga la gana el Barça o el Barça? Pues parece que sí, que no solo es rarísimo, sino que si la banda se enfada porque no le damos lo que pide y vuelve a las andadas, muchos nos señalaran como los culpables de que...¡nos asesinen a nosotros mismos!

En fin, que a pesar de que intentábamos mantener nuestras esperanzas en Grande-Marlaska, nos temíamos que la presión ambiental fuera demasiado grande y acabara influyendo en su decisión. Y así ocurrió. A eso de las 10 de la noche supimos que había decretado prisión, pero bajo fianza, para Otegi y que coherentemente había modificado también la situación penal de Olano y Petricorena permitiéndoles salir de la cárcel si pagaban una fianza. Para nosotros fue un auténtico mazazo, y como tal vez algunos no entendáis por qué esa decisión supuso un golpe tan duro para nosotros, os lo voy a explicar:

Al día siguiente muchos medios, en un alarde de originalidad, recogían la noticia calificando la decisión de salomónica, y en mi razonamiento voy a apoyarme en este adjetivo tan manido como mal utilizado (la verdad es que algunos periodistas podrían currárselo un poco más y no tirar siempre por lo más fácil y previsible... que les pagan por escribir, señores, no como a mí). Salomónico puede querer decir muchas cosas, cosas incluso contradictorias: ...juicio o decisión que se resuelve dando parte de razón a los dos partes implicadas... dice un diccionario, pero yo añadiría que un juicio así puede ser considerado digno del sabio rey de Israel si se da parte de razón a cada una de las partes en disputa porque la tienen, no para evitar mojarse. De hecho el más famoso juicio de Salomón no tiene nada que ver con esa idea de "ni pa ti pa mí", todo lo contrario, lo que hizo ese personaje fue simular que decidía estúpidamente que para uno ni para otro, pero sólo para averiguar quién de verdad tenía razón allí.

Pero claro, era muy difícil imaginar que tras la sorprendente decisión de Grande-Marlaska hubiera alguna sabia estrategia de ese tipo, y más parecía que se inclinaba por el "ni pa ti ni pa mí" que antes decía, es decir, por una decisión salomónica en el peor sentido de la expresión, una decisión que buscaba dejar a ambas partes igual de satisfechas o insatisfechas, cuando la igualdad de las partes aquí es totalmente imposible porque unos son víctimas y los otros verdugos. O sea, que volviendo a lo que dije en mi carta titulada El imperio (de la Ley) contraataca, parecía que esta vez el juez había olvidado la espada y había hecho uso únicamente de la balanza, un uso indebido además porque los platillos de esa balanza no están para sopesar los intereses de dos partes enfrentadas, están para poner por un lado los actos de quienes son juzgados, y por otro la propia Ley, para ver así si hay descompensación entre una cosa y otra, y si la hay corregirla haciendo caer en el platillo del acusado el peso de la Ley, todo el peso necesario para que la balanza vuelva a estar equilibrada.

Ahora que escribo estas líneas, después de conocer la ultima decisión de ese juez prohibiendo un acto público de Batasuna, ya no sé que pensar, lo reconozco. De sobra sé que esta última decisión es la única que podía tomar el juez si no quería vulnerar la ley, pero a pesar de eso no deja de ser una decisión sorprendente dadas las circunstancias políticas, y dada esa decisión para mi inexplicable que el propio Grande-Marlaska había adoptado sobre Otegi, y de forma retroactiva también sobre Olano y Petricorena. Pero he llegado a una conclusión provisional: en efecto, la resolución del miércoles pasado me parece salomónica, pero no porque recuerde a las del personaje bíblico, sino porque le encuentro una gran similitud con las columnas que llevan ese mismo nombre.Y otra reflexión que, recordando esa carta mía que antes citaba, me atrevo a dirigirle al juez: Señoría, no subestime el poder del lado oscuro.

En cualquier caso la noche del miércoles a la puerta de la Audiencia Nacional, esa "equidistancia" que creíamos percibir en la decisión del magistrado cayó sobre nosotros como un mazazo. Era ya muy tarde y los amigos que nos habíamos reunido allí sentimos de pronto que sobre nosotros caía todo el cansancio del día. Nadie entendía el cambio de criterio por parte del juez, y todos temíamos que esta primera decisión tras la declaración de alto el fuego fuera una muestra de lo que cabía esperar a partir de entonces. Sentimos, o al menos yo sentí, que íbamos a tener que despedirnos del sueño de que alguna vez se hiciera justicia con los terroristas. La moral cayó por los suelos, y uno a uno todos se fueron marchando conscientes de que ese día ya estaba perdido y que había que guardar fuerzas para los que habrían de venir.

Al final sólo quedamos cuatro: Ilsa, Daniel, mi mujer y yo. Bueno, en realidad éramos algunos más porque también estaban los escoltas, a quienes nunca menciono aunque siempre están allí. Y no hablo normalmente de ellos porque supongo que se me ha contagiado esa manera de actuar habitual de los amenazados, que consiste en pensar lo menos posible en esos señores, porque si piensa uno mucho en ellos no puede evitar recordar que están allí para tratar de evitar que le asesinen a uno. Pero ahora siento la necesidad de recordaros a todos que mis amigos, el día que decidieron plantar cara a ETA, se pusieron en la diana de los asesinos, y lo sabían... y aún así lo hicieron. Y aunque los terroristas nunca consigan acabar con ellos, tener que vivir amenazado y acompañado permanentemente de escoltas, por muy buena gente que estos sean, que lo son, es muy duro os lo aseguro. Y desde luego también es duro para los propios policías que cumplen con esa incómoda y peligrosa misión, y desde aquí he querido hacerles este pequeño homenaje hablando por una vez de ellos.

Al final los cuatro (y los otros, aunque por separado) acabamos en un Vips cenando algo. Los Vips siempre me han parecido un sitio deprimente para cenar, pero aquel día podíamos haber cenado en Zalacaín y yo no hubiera estado más alegre. Ilsa y Daniel estaban hundidos, además de agotados. En ningún momento trataron de ocultar la gravedad de lo sucedido, ni tampoco hicieron ningún reproche a Grande-Marlaska, aunque no entendían su cambio de actitud. En un momento Daniel llegó a decir Hemos perdido, y con esas palabras creo que no sólo se refería a lo sucedido en la batalla que se había librado esa tarde, sino a esa guerra de los treinta años contra el terrorismo en la que él había empeñado su vida y su padre la había perdido. En otro momento Ilsa se preguntó, casi con lágrimas en los ojos ¿Alguna vez ganaremos en algo?

Y yo, que siempre he creído y aún creo que la victoria será nuestra, en aquel momento no pude encontrar ni una palabra de consuelo porque entonces yo también estaba hundido. Mi mujer, que tiene un don especial para la compasión, les miraba y con su silencio les decía que comprendía su dolor y que estaba a su lado, y aunque tal vez no parezca mucho, eso era todo lo que se podía hacer por ellos aquella noche. En cuanto terminamos de cenar nos levantamos para irnos a dormir. Ninguno parecía capaz de hablar de otra cosa que de lo sucedido, no había nada más que decir sobre ello, y al día siguiente había que madrugar para volver a nuestros trabajos y para continuar con la lucha.

Pero la noche aún no había acabado, al menos para mí. Al llegar a casa preferí quedarme solo un rato y encendí el ordenador para buscar en un foro que frecuento alguno de esos mensajes de amigos desconocidos que tanto me animan. Y encontré alguno, como siempre, pero también encontré uno de una persona que nunca había visto por allí, y que sin embargo parecía conocerme al menos por lo que escribo, y me reclamaba que hablara sobre ese incidente protagonizado por Daniel y sobre el que prometí no guardar silencio.

Nunca, os lo aseguro, pensé en incumplir mi promesa, e incluso me he preguntado a menudo si no estaba esperando demasiado ese momento adecuado para contar lo que tenía que contar. Pero ahora sé que hice bien en esperar, porque éste es el momento adecuado para hablar del incidente de la botella de sidra. Ahora tengo la certeza absoluta de que cuando sea viejo les diré orgulloso a vuestros nietos: Yo conocí a Daniel Portero y a Sonsoles Arroyo, y luché a su lado. Y vuestros nietos no tendrán ni idea de quiénes fueron esas personas, y para ellos ETA será el nombre casi olvidado de una banda de asesinos que desapareció muchos años atrás porque gentes como Daniel y Sonsoles empeñaron su vida en que así fuera.

Por eso ahora creo que es el momento de decir que Daniel Portero es un tipo admirable, lo más parecido a un héroe de carne y hueso que yo he conocido, y que porque es de carne y hueso también se equivoca. Y aquel día cometió un error, un error grave en mi opinión, un error que yo traté de impedir aunque fracasé porque tal vez no lo intenté con la suficiente decisión, y por ello me siento tan responsable como él de lo sucedido. Sé que con aquel mal gesto él no pretendía mostrar ninguna alegría por la muerte de ningún terrorista, sino que intentaba equivocadamente dar salida a su rabia ante quienes de una manera u otra habían colaborado con los asesinos de su padre, ante quienes sí se alegran y celebran en público y en privado los crímenes que sus compañeros (ellos les llaman así) cometen, como reconoció voluntariamente pocos días después Txema Matanzas ante el tribunal del 18/98.

Yo sé que Daniel se arrepintió de lo que había hecho en el mismo momento en que lo acababa de hacer, y por ello traté por todos los medios de que rectificara públicamente, y muchos sabéis que es cierto lo que digo porque colaborasteis conmigo en ese intento. No lo hizo, él tendrá sus razones y yo no voy a pedírselas, aunque supongo que una de ellas es que pensó que si me hacia caso iba a empeorar más las cosas. Yo en eso no estaba de acuerdo entonces y no lo estoy ahora, pero para mí el asunto está cerrado. Daniel cometió un error, lo sabe, y decidió no pedir disculpas y cargar en solitario con él, como con tantas otras cosas mucho mas dolorosas.

Yo no soy nadie para hablarle desde ninguna posición de superioridad moral, y nunca pretendí hacerlo, pero creo que nuestras muy diferentes circunstancias hacen que también tengamos a veces diferente manera de ver, y sobre todo de sentir las cosas. Y si alguna vez creyera que tengo un buen consejo que darle se lo daré como hice entonces, incluso si creyera que no le va a gustar oírlo, aunque más bien pienso que lo agradecerá, como también hizo entonces.

Termino esta larguísima carta en dos partes, que me ha dejado completamente exhausto, con las mismas palabras con las que terminaba aquella otra que os dirigí a un reducido grupo de amigos el mismo día del incidente:

... Ya es muy tarde y mañana nos espera un día que puede ser terrible, pero antes de despedirme tengo que decir también algo de lo que siento sobre ese etarra que ha acabado con su vida en una prisión de Cuenca. Ni de lejos voy a poner en un plano de igualdad a las víctimas y a los terroristas, ni voy a situarme en ninguna clase de equidistincia entre unos y otros. Pero me parece que la historia de ETA es una historia trágica también para sus miembros, aunque fueran ellos quienes sellaran su destino cuando empuñaron las armas para asesinar inocentes. Quitarse la vida en una cárcel, después de haber empleado buena parte de ella colaborando en acabar con la vida y la libertad de otros seres humanos, me parece uno de los finales más horribles que alguien puede tener. Y para mí la muerte, incluso la de los peores asesinos, o la de nuestros más encarnizados enemigos, merece un respeto. Espero que nadie interprete como una frivolidad una nueva cita cinematográfica que hoy me venía a la cabeza. Al contrario, para mí hay pocas cosas tan serias como el cine. Hoy recordaba esa escena de Centauros del Desierto en la que la patrulla de exploradores tejanos, parapetados junto a la orilla de un río, rechazaban a tiros una embestida de los feroces comanches. Cuando tras la refriega los indios se batían en retirada Ethan Edwards, el personaje que interpretaba John Wayne, seguía disparándoles con odio y sin tregua hasta que el capitán Samuel Clayton le agarraba el rifle desviando el último tiro al tiempo que le decía: deja que retiren a sus muertos.

Hoy me tocó interpretar, sin mucho éxito, otro personaje secundario. Y a Dani, a quien ya comparé con el Ringo de La Diligencia, le tocó interpretar otra vez el de John Wayne, un papel de héroe trágico que desde luego él desearía que nunca le hubiera tocado en suerte.

Un abrazo

Renault


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