Vergüenza: El lunes pasado iba a celebrarse el juicio contra Unai Romano y esos otros 13 ciudadanos acusados de colaboración o integración en ETA del que ya os había hablado, pero fue suspendido nada más iniciarse a petición del propio fiscal. El porqué de esa suspensión es tan inverosímil que uno podría tomárselo a broma si el asunto del que estamos hablando no fuera tan dramático (...)
La vista empezó con hora y media de retraso, cosa que al menos a mí ya me pareció una muestra indudable de falta de seriedad, pero eso no era nada comparado con lo que enseguida íbamos a escuchar. Según dijo el representante del ministerio público nada más tomar la palabra, uno de los encausados, el que hacía el número 15 y al que hasta ese momento la Audiencia Nacional consideraba en rebeldía, no estaba en paradero desconocido o refugiado en algún país remoto sin tratado de extradición, sino que según acababa de enterarse llevaba dos años preso en Francia. Y por si fuera poco no se trataba de alguien con una importancia menor en el caso, sino de uno de los imputados clave cuya presencia era imprescindible para celebrar un juicio con todas las garantías.
Lógicamente las defensas –cinco o seis representantes del equipo jurídico habitual de ETA/Batasuna- se sumaron a la solicitud de suspensión y algunos de ellos se tomaron su tiempo para poner de manifiesto lo absurdo de que hasta ese mismo momento la Audiencia Nacional no hubiera advertido tal circunstancia de la que ellos mismos ya habían informado tiempo atrás. Lamentablemente no necesitaron esforzarse mucho ni inventarse nada para dejar bien claro que en esta ocasión la justicia española había hecho el ridículo. De todas formas mi indignación y la de los que me acompañaban era sin duda mucho mayor que la suya porque a ellos todo lo que sea suspender juicios y ralentizar los procesos les viene de perlas.
Como no podía ser de otra manera la presidenta de la sala decreto la suspensión del juicio hasta que el encausado que está preso en Francia sea extraditado -algo que desde luego llevará mucho tiempo-, se excusó diciendo que esa sala no había tenido conocimiento del caso hasta el viernes anterior, y prácticamente acabó pidiendo disculpas por lo sucedido. A mí me pareció bien que se disculpara, incluso creo que debió hacerlo de una manera más rotunda, pero no con los acusados y sus defensores –o mejor dicho, no sólo con ellos- sino con todos los ciudadanos de este país.
Supongo que lo normal sería que después de lo sucedido alguien diera una explicación, que alguien se responsabilizara de tamaño patinazo, y ya de paso que alguien nos contara por qué asuntos tan importantes como este y aún más pasan hasta el último momento de un fiscal a otro o llegan a la fase de vista oral ante un tribunal que prácticamente no sabe de qué le están hablando. Pero también supongo que en este caso, como en tantos otros, nadie va a dar a cara y así nos va.
Ya digo que el lunes pasado los cinco amigos contados que allí estábamos sentimos auténtica vergüenza frente a los acusados, sus abogados y la treintena larga de personas que habían acudido a apoyarles. Porque nosotros sí nos avergonzamos de lo que a veces hacen algunos que dicen estar de nuestro lado, esos que se supone tienen por obligación defender la ley y la justicia desde los tribunales, las fuerzas del orden o el gobierno, y alguna vez incluso nos avergonzamos de lo que nosotros mismos en un desafortunado momento hemos hecho. Los sinvergüenzas, seguro, no tienen estos problemas.
La vista empezó con hora y media de retraso, cosa que al menos a mí ya me pareció una muestra indudable de falta de seriedad, pero eso no era nada comparado con lo que enseguida íbamos a escuchar. Según dijo el representante del ministerio público nada más tomar la palabra, uno de los encausados, el que hacía el número 15 y al que hasta ese momento la Audiencia Nacional consideraba en rebeldía, no estaba en paradero desconocido o refugiado en algún país remoto sin tratado de extradición, sino que según acababa de enterarse llevaba dos años preso en Francia. Y por si fuera poco no se trataba de alguien con una importancia menor en el caso, sino de uno de los imputados clave cuya presencia era imprescindible para celebrar un juicio con todas las garantías.
Lógicamente las defensas –cinco o seis representantes del equipo jurídico habitual de ETA/Batasuna- se sumaron a la solicitud de suspensión y algunos de ellos se tomaron su tiempo para poner de manifiesto lo absurdo de que hasta ese mismo momento la Audiencia Nacional no hubiera advertido tal circunstancia de la que ellos mismos ya habían informado tiempo atrás. Lamentablemente no necesitaron esforzarse mucho ni inventarse nada para dejar bien claro que en esta ocasión la justicia española había hecho el ridículo. De todas formas mi indignación y la de los que me acompañaban era sin duda mucho mayor que la suya porque a ellos todo lo que sea suspender juicios y ralentizar los procesos les viene de perlas.
Como no podía ser de otra manera la presidenta de la sala decreto la suspensión del juicio hasta que el encausado que está preso en Francia sea extraditado -algo que desde luego llevará mucho tiempo-, se excusó diciendo que esa sala no había tenido conocimiento del caso hasta el viernes anterior, y prácticamente acabó pidiendo disculpas por lo sucedido. A mí me pareció bien que se disculpara, incluso creo que debió hacerlo de una manera más rotunda, pero no con los acusados y sus defensores –o mejor dicho, no sólo con ellos- sino con todos los ciudadanos de este país.
Supongo que lo normal sería que después de lo sucedido alguien diera una explicación, que alguien se responsabilizara de tamaño patinazo, y ya de paso que alguien nos contara por qué asuntos tan importantes como este y aún más pasan hasta el último momento de un fiscal a otro o llegan a la fase de vista oral ante un tribunal que prácticamente no sabe de qué le están hablando. Pero también supongo que en este caso, como en tantos otros, nadie va a dar a cara y así nos va.
Ya digo que el lunes pasado los cinco amigos contados que allí estábamos sentimos auténtica vergüenza frente a los acusados, sus abogados y la treintena larga de personas que habían acudido a apoyarles. Porque nosotros sí nos avergonzamos de lo que a veces hacen algunos que dicen estar de nuestro lado, esos que se supone tienen por obligación defender la ley y la justicia desde los tribunales, las fuerzas del orden o el gobierno, y alguna vez incluso nos avergonzamos de lo que nosotros mismos en un desafortunado momento hemos hecho. Los sinvergüenzas, seguro, no tienen estos problemas.
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