lunes

Ilsa

Madrid 5 de diciembre de 2005

Saludos a todos

Vuelvo con más de lo mismo, así que si hay alguien a quien no le interese lo que estoy contando, que no pierda el tiempo leyendo este mensaje y que me perdone por enviarle cosas que no me ha pedido. Y una vez más insisto: si no queréis recibir estos correos, decídmelo (...)

Ya ha habido tres personas que lo han hecho, aduciendo cada una de ellas muy diferentes e igualmente respetables razones (razones que yo no necesitaba conocer, pero que agradezco igualmente), y juro que sigo pensando de esas personas exactamente lo mismo que hace diez días. Han sido sólo tres personas, de una lista de más de noventa, y por puro sentido común supongo que habrá más, así que animo a esas personas a que se den de baja, y así yo me sentiré un poco menos culpable por mandar estos ladrillos a mis amigos.

Aparte de esas tres respuestas, he recibido otras muchísimas afirmando tener verdadero interés en lo que estoy contando, otras que me daban ánimos, unas cuantas que me felicitaban, e incluso he recibido, obviamente de gentes que no me conocen en persona, varias propuestas de matrimonio, una de ellas particularmente entrañable de un tal Roberto.

También la primera carta, esa que titule S.O.S., está empezando a circular fuera de este circuito privado de correos electrónicos entre amigos (y amigos de amigos), saltando a la arena de los espacios públicos de internet. Aparte de ese artículo que ya os envié de Vicente Molina Foix, la carta ha aparecido integra en El Periodista Digital y creo que también lo va a hacer en la página de Basta Ya.

Ayer un amigo me auguraba que a este ritmo pronto recibiré una llamada de Jiménez Losantos invitándome a participar en sus tertulias, invitación que me temo voy a declinar amablemente. Fuera de bromas, he de decir que aunque esto ha surgido de una manera totalmente espontánea, la dimensión que ha ido cobrando me está obligando a reflexionar seriamente sobre lo que estoy haciendo y cómo debo encauzar todo esto, y por ahora he llegado a una conclusión clara. Lo que pretendía cuando empecé este epistolario fue contar a unos amigos algo de lo que, un poco por casualidad, estaba siendo testigo, y va a seguir siendo así. Me parece muy bien que lo que aquí se ha dicho haya trascendido, y no puedo negar que es algo que también buscaba. Pero esencialmente al escribir estas cartas me estoy dirigiendo a vosotros, personas a quienes conozco y que me conocen, y no me veo en absoluto arengando a las masas ni haciendo discursos político-morales para la sociedad entera. Me parece muy bien que otros lo hagan, pero no va con mi forma de ser, y creo que me sentiría bastante ridículo en ese papel. En el Periodista Digital, por ejemplo, hay en este momento cerca de cincuenta comentarios sobre la carta que escribí, y la verdad es que no siento las más mínimas ganas de responder a ninguno de ellos. Es cierto que la mayoría me parecen un horror, y no deja de sorprenderme esa incapacidad de algunos para entender cuándo algo está dicho en broma, pero es que ni incluso a los que puedan decir algo interesante pienso contestarles. Me encanta hablar, incluso discutir con mis amigos, pero no me veo enzarzado en ninguna trifulca pública con desconocidos.

Por otro lado, bastante de lo que he dicho, y mucho de lo que pienso decir, implica a terceras personas de una manera lo suficientemente personal como para que no me apetezca ver mis comentarios sobre ellas expuestos en la plaza pública. Os parecerá un poco absurdo que diga esto a más de noventa personas, que a su vez rebotarán estos mensajes a Dios sabe cuantas más, pero para mi es diferente. Por decirlo de algún modo, todo lo que he escrito y lo que voy a escribir os lo contaría a cada uno de vosotros mientras cenamos, sin tener la sensación de que traiciono a nadie, ni que cuento cosas que no debería, sino que muy al contrario tengo la certeza de que son cosas que deben ser contadas. Como desgraciadamente no tengo previsto cenar con la mayoría de vosotros en los próximos cuatro días, creo que estos correos masivos-aunque-selectivos, son una buena forma de solucionar el problema. Por eso os pido que, a excepción de la primera carta, la titulada S.O.S., no rebotéis mis correos a nadie a quien no le contarais cenando eso que os podía haber contado otro amigo en otra cena.

Bueno, tanto preambulo me está aburriendo incluso a mí, así que vamos a lo que vamos: Ilsa.

Ilsa es esa chica amenazada de Bilbao que los domingos se viene para Madrid, se pasa los lunes, martes y miércoles por la mañana en la sala del juicio, y luego se vuelve para su tierra con su marido, más amenazado que ella, a continuar trabajando por la causa desde allí. No voy a decir su verdadero nombre, así que definitivamente se ha quedado con Ilsa, por Ilsa Lazlo, la de Casablanca, ya os expliqué por qué en otro correo.

Después de despedirnos tras la comida del miércoles que ya os referí, no volví a saber de ella hasta que la telefoneé el viernes por la mañana. Le había enviado un email con mi primera carta y estaba preocupado por si algo de lo que escribí allí le había molestado. Si recordáis me refería a ella en cierta ocasión como una potencial víctima del próximo atentado, y supongo que aunque Ilsa sabe eso mejor que nadie, el que se lo recuerden tan crudamente debe de ser tremendo. Si me retira el saludo por esto no podré reprochárselo.

Como decía la llamé, una llamada de móvil a móvil, y descolgó.

- ¿Sí?

Por la manera de decirlo parecía no saber quién la llamaba. Tal vez aún no tenía mi número en su agenda, pero como al principio yo tampoco no reconocí su voz, pensé que tal vez me había equivocado de número, o que otra persona había cogido el teléfono.

-¿Ilsa?

Por supuesto lo que en realidad dije entre interrogaciones fue su verdadero nombre. Ella solo ha recibido -y solo recibirá- mi primer correo, y por tanto no tiene ni idea de que para nosotros es Ilsa.

- ... ¿Quién es?

Oírle decir esas palabras, en el especialísimo tono en el que las pronuncio, y caerme del guindo fue todo uno. ¡Qué imbécil...! Creía que estaba llamando a alguien que vivía en el mismo mundo que yo, en el de todos nosotros, ese en el que lo más que podemos temer cuando respondemos a la llamada de un desconocido es que se trate de un comercial de Marina d´Or, Ciudad de Vacaciones. Pensé que sin darme cuenta había cruzado el umbral de una de esas dimensiones paralelas de las que hablan los aficionados al ocultismo, esas dimensiones que conviven con nuestra realidad cotidiana pero que se rigen por leyes diferentes a las nuestras, dimensiones que solo unos pocos iniciados conocen, y que la mayoría de nosotros, por supuesto, se niega a creer que existan. Me apresuré a identificarme.

- Perdona... soy Paco... lo siento... no me daba cuenta de que...

Me sentí como un completo estúpido. No hacía sino enredarme en torpes excusas, en lugar de dejar que simple y llanamente se le pasara el susto. Menos mal que Ilsa, sin duda acostumbrada a vivir con estos sobresaltos, frenó mi inacabable retahíla de disculpas diciendo que no me preocupara, que era normal. Esa serenidad suya, por supuesto, me hizo sentir aún más como un idiota, y lo que es peor, pensé que ella compartía esa opinión.

- ¿Te llamó en un buen momento? ¿Tienes tiempo para hablar un rato?

- Para ti siempre tengo tiempo.

Esas fueron sus palabras, lo juro, y las dijo en un tono completamente sincero y jovial. Si me las hubiera dicho Halle Berry no me hubieran llegado más al alma. Entendámonos, creo que no hace falta que explique a qué me refiero, pero para evitar posibles malentendidos lo haré. En este drama en el que mi febril imaginación cree percibir los ecos de Casablanca, mi papel no es el de Rick, ya lo dije. En lo único que me parezco a él es en la estatura, y aún en eso me gana. Me siento mucho más cerca del Capitán Renault, y de hecho creo que voy a adoptar ese seudónimo a partir de ahora. Además, su marido, un tipo que a diario demuestra no tener nada que envidiar al caballo de Espartero, no debe ser alguien con quien uno desearía tener que vérselas (y mi mujer tampoco se anda con bromas en estos temas, he de añadir).

En fin, que como ella tenía tiempo y yo también, nos pusimos a hablar sobre lo ocurrido los últimos días. Ella no había parado, y todavía tenía no sé cuántos viajes que hacer para asistir a tal o cual acto, cosa que no le apetecía lo más mínimo, porque lo que le apetecía era lo que nos apetece a la mayoría de nosotros cuando llega el fin de semana: quedarse tranquilamente en casa y descansar. Además, en aquellos actos iba a encontrarse con gentes con las que, a pesar de llevar mucho tiempo compartiendo lágrimas y sudores, o tal vez precisamente por eso, no se sentía a gusto. Pero ella tenía que ir, a hablar de su libro, me dijo.

-¿Tu libro? ¿Has escrito un libro?

-¡No hombre! -me respondió riendo-, ¡Qué va...! Lo digo por lo de aquella famosa entrevista de Umbral en la tele, cuando dijo eso de que sólo había ido para hablar de su libro... El juicio es mi libro.

Según me explicó se pasaba el día yendo de un sitio a otro, allá donde querían escucharla, para hablar de "su libro". Tanto es así que al parecer mucha gente ya le pregunta por "su juicio", cosa que le molesta enormemente porque no cree que este sea un asunto particular suyo. Yo la escuchaba y pensaba que tenía toda la razón, pero que desgraciadamente mucha gente no pensaba así. Si unos cuantos tipos maltrataban y hasta mataban a sus mujeres, eso era asunto de todos. O si un barco vertía toneladas de fuel sobre las costas gallegas, no solo salían multitudes a las calles para protestar, sino que se llenaban trenes enteros de gentes que iban a limpiar las playas con una pala, un mono blanco, y la mejor voluntad. Pero si centenares de personas como ella, si no miles, vivían permanentemente amenazadas por una organización criminal, eso era algo que solo la policía y los jueces tenían que solucionar. Eso en el mejor de los casos, en el peor eran los partidos políticos y otras "organizaciones" quienes debían buscar una salida negociada, en la que todos deberían ceder, para que por fin dejaran de matarles.

Gracias a Dios no dije nada de lo que pensaba, porque Ilsa, curiosamente, estaba bastante contenta con lo que se estaba consiguiendo. Me aseguró que había trabajado duramente casi un año para que la prensa acudiera al juicio y le diera la importancia que merece. Y que sólo gracias a ese trabajo había tanto interés mediático en el proceso... Aquello ya me pareció lo más desolador del mundo. A mí era la falta de repercusión social lo que me había movido a comenzar estas crónicas, y ella estaba tan contenta. Hay que ver con qué poco se conforman quienes están acostumbrados a recibir nada más que palos e indiferencia. En ese momento hice un poco de memoria y me di cuenta de algo. De todos los que habíamos acudido esos días a la Casa de Campo, yo había sido el único en quejarse de la falta de apoyo por parte de los madrileños. Ni Ilsa, ni las dos amas de casa, ni siquiera el señor del sombrero (a quien cada día respeto más) habían dicho ni media palabra sobre el asunto. Se ve que son gente que hacen lo que creen que deben de hacer, y no se preguntan por qué los demás no hacen lo mismo. Una lección que tal vez yo debería aprender.

Pero ellos no son los únicos que se conforman con poco. Recordaréis que os comenté que uno de vosotros, residente en el País Vasco para más señas, me pidió que averiguase si había manera de llegar mensajes de apoyo al fiscal y a la juez. Pues bien, Ilsa me dijo que le había comentado este asunto al fiscal, y que sólo la noticia de que alguien tenía intención de mandarle un mensaje de aliento le puso la mar de contento, y le dijo algo así como "¿Entonces no estamos solos?" Hay que ver como es esta pobre gente, les tiras un mendrugo de pan y se ponen a mover el rabo como locos.

Ya para terminar una última cosa. Bastante avanzada la conversación me disponía a contarle algo a Ilsa, algo relativo a una iniciativa que se me había ocurrido y que ya os contaré. Estaba a punto de hacerlo cuando una lucecita se encendió en mi cabeza, y en lugar de contarle mi ocurrencia le pregunté si eso que estábamos haciendo, hablar por móvil, era seguro. Me dijo que vaya, que la policía misma le había dicho que tenía sus riesgos. Así que, al parecer, había recordado a tiempo que aún estaba en esa dimensión paralela en la que no se podía contar nada que "los otros" no debieran oír. ¿Os imagináis lo que es pensar que cuando quedas con un amigo por el móvil, alguien que busca la ocasión para matarte pueda estar escuchando?

Lo más curioso del asunto es que, hará cosa de un año, estaba escribiendo un guión en el que, en una secuencia, un detective privado escuchaba con la ayuda de un aparato que tenía en su coche la conversación que otra persona en las proximidades mantenía por su móvil. En un principio lo del aparato me lo inventé sin más, pero después quise averiguar si tal cosa era verosímil, e investigue un poco por internet. Visité unas cuantas páginas que hablaban de scanners, rastreadores de frecuencias, y qué se yo, y al final no me quedó nada claro si eso era factible o no. Quién me iba a decir que un año después me preguntaría muy en serio si era posible que alguien estuviera escuchándome mientras hablaba por el móvil.

Como decían en Matrix, Bienvenido al mundo real...chaval.


Gracias y saludos de


Renault
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